Pero gracias al rebuscamiento y complicación de la expresión litúrgica se produjo el efecto contrario, es decir, su escasa comprensión por los fieles. Era inevitable incluir en la formación cultural de los letrados algunos rasgos de la lengua hablada comúnmente, para permitir una mayor comprensión por parte de fieles, una aproximación lingüística que mantuviera de algún modo el contacto con ellos. Con el creciente auge de los monasterios, se observan en el siglo VII manifestaciones episcopales antieremíticas. El trabajo intelectual en el monasterio estaba estrechamente delimitado en la mayoría de los casos por las reglas de Fructuoso e Isidoro. La importancia creciente otorgada a la lectura se observa en la regla de San Isidoro que supone un contacto con los textos la mayor parte del día. Por tanto, en los cenobios surgen escuelas que permiten a los futuros monjes el acceso a los conocimientos, predominantemente bíblicos y teológicos, luego también de otros saberes. El nivel cultural medio se mantiene en la comunidad monástica.
Por otro lado, en la sociedad visigoda se produjo la continuación de la llamada cultura del escrito que sobrevive con intensidad. Las relaciones sociales se establecían por medio de la escritura, tanto en el terreno político como en el eclesiástico, tanto en las capas altas de la sociedad como bajas que establecían sus relaciones por medio de documentos, los cuales debían ser conservados por su carácter probatorio ante la ley. Tales prácticas se manifiestan especialmente en los testamentos, en las compra-ventas, en las convocatorias de los Concilios, etc. Las actas conciliares se elaboraban por labor de uno o varios notarios que recogían la minuta de la reunión la cual redactaban. Posteriormente las actas eran firmadas por los asistentes. Al menos se debía tener los conocimentos suficientes para firmar documentos, y, al parecer, la alfabetización de la sociedad no era escasa, ya que la práctica habitual de firmar documentos estaba muy extendida y el número de personas instruidas en la lectura y en la escritura, al menos en niveles elementales, no era despreciable. En este entorno se encuentran las llamadas pizarras, que manifiestan la necesidad de dejar constancia escrita de ciertas acciones legales y de asuntos privados en un entorno geográfico y cultural en el que sorprende la cantitad y variedad de personas capaces de leer y escribir.
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