En el ámbito privado, los epistolarios son una muestra de la actividad escrita y las cartas no sólo se cruzan entre personajes importantes, sino que se utilizan en la correspondencia privada por razones de amistad, parentesco y sirven como medio normal de comunicación. La tarea de escribir se extienden incluso a las artes menores como la orfebrería. Todo esto obliga a sospechar que se ha mantenido algún tipo de enseñanza. A partir del siglo IV se observa un cambio en la orientación de los estudios. El auge de la Iglesia católica parece llevar a un enfrentamiento entre la cultura clásica y la cristiana. La cultura antigua se degrada entre los siglos VI y VII y cede el sitio a otro tipo de cultura de carácter principalmente religioso. Sin embargo, sorprende la vigencia de los métodos y del programa de educación antiguos. No obstante, la escuela pública desaparece en el siglo VI por falta de soporte economómico por parte de las ciudades, por el desinterés de los estudiantes, por el recelo por su carácter pagano y por su inadecuación a las circunstancias históricas.
Además, de estas escuelas se mantenían alejados los visigodos, indiferentes hacia la cultura latina, hasta que pasada la mitad del siglo VI aumentó la tolerancia y con ella cierta colaboración. Esta desaparición no afectó a la enseñanza de la medicina, el derecho y las artes clásicas. Los obispos del IIo Concilio de Toledo (527) toman conciencia de la amenaza que a la larga supone para la Iglesia la desaparición de las escuelas. Sobre todo después de la conversión de Recaredo, la cultura religiosa adquiere un nuevo valor, a través de la labor de los obispos, que en su mayoría se han formado en los monasterios. Así, con el modelo de las escuelas monacales, surgen las episcopales, impregnadas de una nueva cultura cristiana. La escuela eclesiástica sucede de este modo a la escuela antigua. Sin embargo, tras la unificación religiosa y legislativa, y en tiempos de estabilidad, las grandes familias visigodas adoptan el modo de vida de los hispanoromanos, adoptan sus nombres, se abren a las letras clásicas. De estos laicos instruidos destacan los monarcas como Sisebuto y Chindasvinto. También los nobles poseen bibliotecas considerables, como la del conde Lorenzo, el conde Búlgar, el duque Claudio o el conde Teodomiro de Orihuela. Gracias a las escuelas la lectura y la escritura están muy extendidas y propician una cierta expansión de la cultura. Esta alfabetización supone además una enseñanza elemental de la gramática.
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