Ésta tenía una importancia fundamental entre los estudios superiores, ya que mediante ella se comprendía el texto que se leía y que debía ser transmitido por el clérigo a sus fieles - la gramática servía de primer paso en la cultura cristiana para el acercamiento a los textos sagrados. El efecto de las escuelas en Hispania visigoda sobre la evolución de la lengua castellana parece ser enorme, ya que la renovación de los conocimientos que tuvo lugar desde el siglo VI contribuyó a que la transformación del latín en romance fuera más rápida y variada en las zonas de menor desarrollo cultural. Mientras que en el siglo VI los centros culturales se encuentran en Sevilla, Mérida y Córdoba, en el siglo VII se produce un desplazamiento hacia el norte - Toledo, Zaragoza, Barcelona y el área noroccidental, donde se concentra la actividad intelectual y artística (en Sevilla, San Isidoro no dejó continuadores y un vacío semejante se produjo en Mérida, San Braulio de Zaragoza recogió la antorcha isidoriana y Tajón fue su sucesor; Toledo contaba a lo largo del siglo VII con una serie de ilustres obispos, los llamados padres toledanos; y el dinamismo ascético tuvo su gran foco en el noroeste peninsular en torno a San Fructuoso de Braga). Si lo intelectual se traslada al norte, se encuentra en el mapa un vacío en la meseta superior: “esta situación llegará a tener interés cuando comience a diseñarse la distribución de los dialectos romances peninsulares, porque será esta zona de vacío la que representará la región de máximas innovaciones lingüísticas - el castellano- en tanto que en el resto el conservadurismo, en algunos casos enmascarado por otros acontecimientos, será representativo.“
3) Del latín tardío hispánico al protorromance castellano
Los invasores germánicos dejaron escasos elementos lingüísticos en el castellano pero el hecho más importante que habían llevado las invasiones bárbaras fue “una grave depresión de la cultura y se dificultaron extraordinariamente las comunicaciones con el resto de la Romanía. El latín vulgar de la Península quedó abandonado a sus propias tendencias.“
El momento que corresponde a los inicios de la fragmentación lingüística peninsular se sitúa entre los años 600 y 800 que abarcan un período en el cual se producen una serie de cambios que llevan a considerarlo como crucial en el tránsito del latín al romance (o protorromance, prerromance). No se da todavía en este momento una distinción conceptual entre latín y romance y, además, el conocimiento actual de la velocidad de los procesos evolutivos depende del número de textos disponibles que es muy reducido.
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