2. EL DOLOR HUMANO.
La estrofa primera que ha llegado hasta nosotros, se abre con la imagen de un héroe desolado, despojado de los bienes terrenos, desterrado por su rey, infamado, mira el abandono de su solar, sus puertas abiertas y llora. Sin embargo, hay en él tal entereza espiritual que domina su dolor y lo sublima en una oración. Observemos la técnica con la cual el narrador presenta al héroe: primero sus ojos que revelan fuerte dolor, expresado en llanto que nubla la visión, aunque no impide que, al tornar la cabeza, vislumbre el entorno familiar, el solar donde han nacido por generaciones, los señores de Vivar, ahora vacío, abandonado, deshabitado, las puertas abiertas, sin candados, las perchas vacías sin pieles y sin mantos, sin aves de cetrería: halcones y azores. ¿Cómo reaccionaríamos nosotros frente a esa desolación que otros, por envidia y por injusticia, nos han causado? Ciertamente con ira, con violencia. Primera lección y modelo que el Poema entrega. Señor de sí mismo, el Cid inspira con fuerza, retiene el aire y lo transforma en un suspiro que equilibra su desajuste emocional y le permite trasmutar su ira, su dolor en mesura, en equilibrio y su hablar es una oración, un dejar en manos de Dios no la venganza, sino la justicia. No es la única instancia en que el Cid muestra su señorío, su mesura, su capacidad alquímica para trasmutar lo negativo en positivo. También lucha contra los agüeros, conjurándolos con un gesto: Meció Mio Cid los hombros y engrameó la tiesta (13); responde a la violencia del rey que constriñe a la ciudad de Burgos, renunciando a tomar por fuerza, lo que se le niega por miedo (tirada 4). Recurre a la astucia para financiarse la primera etapa del destierro (tiradas 6 a 11). Paulatina y sucesivamente se manifiesta como un héroe cristiano, con un cristianismo que con más exactitud debiéramos calificar de plenitud humana y de profundo autocontrol.
3. LA JUSTICIA DEL HÉROE.
La más alta alquimia que realizará el Cid atraviesa todo el Cantar, en cuanto relato de cómo el vasallo justo logra con su justicia purificar y acrisolar la justicia de su señor. En la tercera tirada, en el verso 20 que recoge el decir de los burgaleses; en el decir del pueblo se explicita aparentemente una crítica al monarca: ¡Dios que buen vasallo si oviese buen señor! verso comentado por numerosos críticos: (cf. A. Alonso en RFH, VI. 1944; Spitzer en RFH VIII, 1946; Martín de Riquer en Archivo General de Erudición Hispánica, III, 1949; Badía Margarita, Archivum, IV, 1954, entre otros). Para nosotros este verso explicita admirablemente la relación señor-vasallo básica en la Edad Media y que verbaliza el desequilibrio social, familiar y hasta cósmico que se produce por la injusticia del rey y que obliga al Cid a asumir el restablecimiento de equilibrio lo que se evidencia en las palabras de Alfonso en el tercer cantar: yo vos lo sobrellevo commo a buen vasallo faze señor (v. 3478).
Justicia-injusticia, pilar básico en la estructura del hacer humano. Este motivo fundamental de la justicia nos parece estructurante del cantar. Sólo a modo de curiosa observación no podemos dejar de anotar que la justicia es la octava carta del Tarot y curiosamente el número 8 es la única unidad que no se menciona en el Poema, tal vez porque el Cid encarna la justicia. El decir popular señala una verdad fundamental. De acuerdo con el sentido comunitario, corporativo del Medioevo, el señor y su vasallo constituyen una unidad, un cuerpo social. Si uno de ellos falla, por excelente que sea el otro, está quebrantada la unidad primigenia. Existe la posibilidad de un nuevo orden frente al injusto actuar del señor que ciertamente ha olvidado que los reyes son más onrados que otros omnes, por el estado que Dios les dio en palabras de don Juan Manuel en su Libro Infinido (Blecua, 1952, p, 35). Roto el lazo de vasallaje por la injusticia del rey, nada impedía al desterrado, en la tradición medieval, declararse señor de Valencia, tanto más cuanto que explícitamente ejerce un derecho real al designar a don Jerónimo obispo de Valencia: en tierras de Valencia fer quiero obispado, e dárgelo a este buen cristiano; (vv. 1299-1300) decisión reiterada por Minaya al referirle al rey las nuevas del Campeador en la tirada 82 (v. 1332). Otro derecho de rey que el Cid ejerce es el de casar a sus servidores: Estas dueñas que aduxiestes, que vos sirven tanto, quiérolas casar con de aquestos mios vasallos; (vv. 1764-1765).
José Antonio Maravall ha estudiado ampliamente el concepto de rey y de reino en la España medieval y señala que "reinar es ejercer una serie de facultades de imperio, algunas de las cuales, con nuestra mentalidad de hoy, las consideraríamos jurídico-privadas, sobre un territorio determinado, sí, pero cuya concreta definición no es esencial". (Maravall: 1964, p. 348). Bien podría el Cid haberse hecho coronar rey de Valencia, pero eso habría ido en contra de la voluntad de Dios que lo hizo nacer vasallo. El juglar atribuye al héroe un profundo conocimiento de su vocación. Declararse rey de Valencia implicaría la ruptura de la unidad básica que se plantea en diversos niveles: personal, social y sobre todo, literario. Tan evidente es esto para el Cid, que, desde sus primeros combates renuncia al derecho de luchar contra el que reconoce como su señor natural (v. 538).
La justicia del Cid redime la injusticia del rey y es así como a través del poema vivenciamos el cambio que se produce en el rey, hasta que conquista en el tercer cantar el epíteto de bueno: (v. 3001): en los primeros va el buen rey don Alfonso, Gustavo Correa ha señalado "que el desarrollo artístico del Poema descansa sobre un progresivo acatamiento del rey a su vasallo hasta hacerlo partícipe de su propia condición con los atributos de honra inherentes a su estado en este mundo. La situación inicial de vasallo-señor va sufriendo un desplazamiento que, como luego veremos, se va alterando hasta colocar al Cid en progresión ascensional a la par del personaje más hondo de la tierra, sin dejar al mismo tiempo de mantener su estado de vasallo". (Correa: 1952, pp.185-199). Al considerar básica, desde el punto de vista artístico, la relación señor-vasallo, Correa idealiza la figura del rey, viendo al Cid elevarse y progresar a través de su relación con el monarca, pero en realidad, es el rey quien corrige su injusticia inicial y asciende espiritualmente a una justicia que lo hace merecedor de los epítetos de bueno y honrado en el segundo y tercer cantar.
Hay en el Cid una integridad tal que ni la desgracia ni la felicidad tienen poder para enajenarlo: es un individuo íntegro, que sabe cuál es su lugar y su misión en la tierra: servir a Dios con su justicia, a su familia -esposa, hijas, servidores, vasallos- con su amor, y a su rey con su lealtad. Rodrigo Díaz de Vivar, en cuanto figura literaria, se transforma en un redentor de la justicia y del orden quebrantados: conservando su rol de súbdito, logra transmutar la injusticia real y cumplir plenamente su vocación de vasallo, es decir, mantener el orden dentro del cual Dios quiso que naciera.