Dentro de este espíritu creemos que se mueve la armonía del Poema; "la armonía que unifica los diversos elementos, pero es armonía la vida que conjunta el organismo y le coloca por encima de las cosas inanimadas; es armonía la razón que crea el orden, el amor que hace que unas a otras se deseen las cosas y concuerden: la belleza es, pues, una expresión del amor, de la razón y de la vida" (Ibídem, p. 18). Todo cuanto ha sido creado, ha sido creado conforme número y en la unidad del Todo. ¿Cómo se produce la multiplicidad? Boecio responde: "Luego lo que por la naturaleza es uno y sencillo, el mal uso de los hombres lo hace partible. Y mientras pone diligencias en adquirir alguna parte de lo que carece de partes, ni alcanza ninguna porque no lo hay, ni el mismo todo porque no lo solicita." (Boecio: Libro III, Prosa IX, p. 322). En este contexto nos es posible entender que en su integridad el Cid no pueda hacerse cómplice en la ruptura de la unidad quebrantada por la injusticia real. Por error, por un engaño de los sentidos, la unidad esencial aparece fragmentada, múltiple: Cid-Minaya-sus sesenta pendones, todos los que componen su mesada, son uno; Vivar, Burgos, Castilla, España es una; la multiplicidad de ojos y labios tras las ventanas en Burgos son una razón -la de la niña de nueve años- y una acción, la de Martín Antolínez. El Cid, el que en buena hora nació, ungido por la gracia del tres, víctima de la unidad, la redime y restablece mediante su justicia de vasallo santo, que reconoce el rey cuando dice al Campeador: "yo vos lo sobrellevo commo a buen basallo faze señor (v. 3478) y más adelante:
Yo lo juro por sant Esidre el de León
que en todas nuestras tierras non ha tan buen varón" (v. 3509-v. 3510).
El rey al escuchar a los mestureros y calumniadores generó una oposición entre uno y otro, oposición que nos recuerda el fundamento de las teorías de los pitagóricos: "En cuanto a la armonía, la cosa más bellas, es -decía tal vez Filolao- la unificación de lo múltiple compuesto y la concordancia de lo discordante. Cada cosa es una armonía de números y el número es una armonía de opuestos, si bien, como hemos visto, los elementos de los números son también los de las cosas. La oposición fundamental es la de lo Ilimitado y el Límite. Luego viene, dependiendo, respectivamente de estos primeros términos lo Par y lo Impar, lo Múltiple y lo Uno. Elementos del número, Par e Impar son, al mismo tiempo sus cualidades específicas, que se manifiestan en números por la oposición siguiente. Pero, lo que hace a los números alternativamente pares e impares, cambiando su cualidad es ya una unificación armoniosa de estos dos opuestos, la unidad aritmética que es verosímilmente lo que Filolao llamaba el Par-Impar, o la tercera cualidad del número.
Una tabla sistemática de estos pares de opuestos, dispuesta muy probablemente por pitagóricos de la segunda generación, comprendía, además, ordenado por filas o series lineales bajo las tres primeras, otras siete oposiciones: izquierda y derecha; Hembra y Macho; En reposo y Movido; Curvo y Rectilíneo; Obscuridad y Luz; Malo y Bueno; Oblongo y Cuadrado. Hay, pues 10 pares de opuestos, ni menos ni más, pues 10 es el número perfecto. Esta es, sin duda, la razón de que no se hubiera insertado Falso y Verdadero aunque Filolao haya puesto el error al lado de lo ilimitado." (Robin: 1926, p. 79).
El Cid permanentemente lucha por restaurar la unidad. Hay en el Poema una clara conciencia de la multiplicidad que puede ser reducida a la unidad. Resulta evidente en aquellos casos en que se refiere a grupos verdaderamente homogéneos como Rachel e Vidas en uno estaban amos (v. 100), confirmado por la construcción verbal en singular Dixo Rachel e Vidas (136). O, el grupo homogéneo de los hombres del Cid que, a pesar de ser muchos y venidos de diferentes partes, forman con él un cuerpo: Todos vienen en uno (v. 1504) o todos tres se acuerdan ca son de un señor (v. 3551). Así también los primeros son uno, de un mismo sentir y de una misma importancia social (v. 3001).
Unidad implica individualidad. Sólo el no divisible puede entender y alcanzar la unidad. De allí la importancia del señorío de sí mismo, de la integridad del héroe que le permite conquistar su nombre. Mediante el nombre se distingue al hombre. En el Cantar cada nombre que se nos entrega tiene su entereza si está en la serie positiva. Para destacarlos, aparecen en los momentos álgidos en los que junto con el nombre, conquistan su epíteto heroico. Son nombres de gesta: Martín Antolínez, el Burgalés conplido (v.65) en el gesto de la rebeldía airosa. Albar Fáñez Minaya, en el silencio del apelado (v. 14) en el consejo sagaz (v. 438) y en la fardida lanza (v. 489) que aunque regresa victoriosa no está satisfecho aún con lo logrado (v. 24), pero sobre todo es la enumeración épica en el ardor del combate, donde la mirada del juglar destaca y valora el gesto heroico (v. 37), con perspectiva a la que podríamos llamar fílmica. La conquista del nombre que individualiza, no implica ruptura de la unidad cuando el hombre tiene conciencia de su lugar en el orden primigenio.
Analicemos un momento en que se hace estética y estilísticamente explícita esta unidad que constantemente subyace. Cuando se separan las hijas de los padres para seguir a sus maridos (v. 2591 ss): hablan ambas, de rodillas ante el padre y la madre, y hacen presente la unión indisoluble de la pareja: vos nos engendrastes, nuestra madre nos parió (v. 2595) y reconocen la relación de dependencia: delant sodes amos, señora e señor (v. 2596).
El gesto afianza la palabra: el padre abraza a ambas: Elle fizo aquesto, la madre lo doblava (v. 2602) y la madre da voz a lo que ella y su esposo sienten: ella habla por él: de mí e de vuestro padre (v. 2604), porque ambos tienen un mismo sentir, un solo espíritu.. los padres con sus hijas forman un cuerpo y si los infantes hubieran sido buenos esposos, estarían integrados en esta corporación: mios fijos sodes amos quando mis fijas vos do (v. 2577) el dolor de la separación sólo lo puede expresar una comparación con el dolor físico: quomo la uña de la carne ellos partidos son (v. 2642) y el Cid reconoce que le llevan las telas del corazón (v. 2678). La familia se constituye en modelo de unidad humana y social en la que, como en los órganos del propio cuerpo, cada célula ocupa el lugar que por función le corresponde. El hombre, señor de sí mismo; el padre, unido con su esposa, señor de su familia; el rey, señor de sus tierras y de sus vasallos, así se nos integra un orden piramidal de señorío y servicio en cuya cúspide está Dios: Abengalvón dará este testimonio ante los infantes de Carrión: Dios lo quiera e lo mande, que de tod'el mundo es señor (v. 2684). Dada esta pirámide, el bien o el daño de una de sus partes es bien o daño para toda la estructura: El Cid no podrá ser hombre pleno, mientras no se restablezca el orden social que permita reconocer al rey como buen señor. La afrenta de Corpes no sólo afecta a las hijas del Cid y a éste: todos los vinculados al Cid la reciben como suya: en el dolor del parentesco, Félez Muñoz (v. 2780ss) y Minaya (v. 2835), en la paridad del servicio a "Díag Téllez, el que de Albar Fáñez fo" (v. 2814) y a todos los de Sant Esteban pesóles de coraÇon, y por razones de servicio, a toda la corte del Cid (v. 2835). Pero es el Caboso el que señalará explícitamente que la afrenta alcanza también al rey: quomo yo so vasallo e elle es mio señor (v. 2905).