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Literatura española medieval II. (POEMA DEL MIO CID)

LEYENDO EL POEMA DEL CID

¿Por qué empezar con el Poema del Cid? Tal vez, porque "los hijos del Cid" son nuestro antagonistas no materiales, sino espirituales -según nuestra Canción Nacional. Tal vez, porque uno de nuestros más egregios poetas, Vicente Huidobro, lo canta como su antepasado: "Aquí tenéis la verdadera historia del Mío Cid Campeador, escrita por el último de sus descendientes" (Huidobro: 1949, p. 12). En fin, porque este es el espíritu que se gesta en la península y se nos trasmite como legado espiritual, cultural y étnico. Aprovechando el Poema del Cid queremos proponer una metodología de lectura que nos permita comprender mejor el simbolismo del decir medieval, que apunta al inconsciente personal y social, proponiendo modelos de conductas que una comunidad -castellana, peninsular y americana- realizará a través del desarrollo histórico diacrónico. Postulamos el Poema del Cid como una obra épica cuyo motivo estructurador es la unidad de España. Lo interpretamos como un proyecto vital que la España, unificada bajo el dominio de Castilla, realizó a partir del gobierno de los Reyes Católicos, hasta prácticamente nuestro siglo.

1. CORRELATO HISTÓRICO.

Podemos con exactitud fijar la cronología que presenta la obra. Rodrigo Díaz hubo de nacer hacia 1043 (Menéndez Pidal: 1950, p. 23) cuando reinaba Fernando I en León y Castilla. Hombre de confianza de Sancho, fue uno de los que tomó juramento en Santa Gadea, a Alfonso de no haber participado en el asesinato de Sancho. En 1074 Alfonso lo casa con su sobrina Jimena, de noble estirpe asturiana. A fines de 1079, Rodrigo fue enviado por Alfonso a cobrar la parias a Motamid, rey de Sevilla. El destierro se produce en 1081. En San Pedro de Cardeña quedan su mujer doña Ximena y sus tres hijos: Diego, Cristina (Elvira) y María (Sol). Hacia 1089 se instala en el Poyo del Cid (Puig). En 1090 derrota al conde de Barcelona, en 1094 se apodera de Valencia, que conservará hasta su muerte el 10 de julio de 1099.

Es fácil comprobar la sabiduría con que el juglar aprovecha los acontecimientos históricos para dar movimiento y variedad a su relato, para transformarlo en auténtica obra de arte, mediante selección, amplificación, simplificación, variación, eliminación y creación.

De la amplia variedad de sucesos, situaciones, espacios que conforman la vida histórica de un hombre, Rodrigo Díaz de Vivar en este caso, el juglar escoge, selecciona algunos a los que, en la composición de la obra puede poner al servicio de su idea, subordinar a su intencionalidad artística y omite otros. Analicemos uno de esos aspectos omitidos. Se ha insistido en el verismo histórico del Cantar, se han buscado todas las coincidencias de lo literario con su correlato histórico, pero no se explica por qué se omite el nombre de Diego hijo del Cid que muere en Consuegra en 1097, tres años después de la conquista de Valencia y del traslado a esa ciudad de su familia. (Menéndez Pidal, 1950, pp. 258-259). Si la obra fuera un poema histórico, Diego debiera de haber sido mencionado junto a sus hermanas pequeñas en San Pedro de Cardeña y en Valencia, desde donde lo envía el Cid para ayudar a Alfonso cuando tenía aproximadamente veintidós años. No se puede aceptar que esta omisión se justifique como un modo de evitar que el dolor empañase la gloria del héroe; antes bien, habría sido una excelente ocasión para poner en evidencia la entereza moral de Rodrigo. Creemos que la razón es de orden estético y obedece a una necesidad estructural del Cantar. El Cid, en su calidad de vasallo sólo tiene en el Poema como familia una esposa y dos hijas -línea femenina, receptiva-, frente al rey que aparece rodeado de una corte exclusivamente masculina. Las únicas mujeres que se mencionan están relacionadas con el Cid y sus hombres o sus acciones bélicas: desde la simbólica niña de nueve años hasta sus hijas y las servidoras de doña Jimena, a la oposición rey injusto-vasallo justo, se agrega: rey -corte masculina, activa, regente-, Cid -línea femenina, por su familia, (masculina en cuanto el Cid es a su vez señor de sus propios vasallos, de sus sesenta pendones y de más).

El juglar crea un ambiente de historicidad y verismo mediante detalles, pero la historia central, el matrimonio de Elvira y Sol con los infantes de Carrión, es totalmente ficticia, a lo más una tradición local. Vislumbramos una intencionalidad artística. El rey, para pactar su perdón y afianzar la unidad entre castellanos y leoneses, casa a las hijas del Cid -castellanas- con los infantes de Carrión -leoneses. Simbólicamente este enlace sería expresión de lo que consideramos como motivo fundamentalmente estructural del Cantar, la unidad de España sobre la base de la unión de Castilla y León.

Pero -¿castigo tal vez para la falla del rey de León, Alfonso?- esta unidad hispánica no se logrará a través de estas bodas, sino por un segundo matrimonio que -extraña e interesante intuición del juglar- se celebra con los infantes de Navarra y Aragón y que resuena en una expresión siempre actual: "Oy los reyes de España parientes suyos son" (v. 3724). Históricamente la unidad de España -a la que el Cid sacrifica su posibilidad de coronarse rey de Valencia- la lograrán Isabel de Castilla -línea femenina castellana, cidiana- y Fernando de Aragón. Los versos finales del Poema (vv. 3717-3725) nos sugirieron el motivo estructural de la obra: búsqueda de la unidad manifestada en distintos niveles; personal, familiar, social, nacional, cósmico.

2. EL DOLOR HUMANO.

La estrofa primera que ha llegado hasta nosotros, se abre con la imagen de un héroe desolado, despojado de los bienes terrenos, desterrado por su rey, infamado, mira el abandono de su solar, sus puertas abiertas y llora. Sin embargo, hay en él tal entereza espiritual que domina su dolor y lo sublima en una oración. Observemos la técnica con la cual el narrador presenta al héroe: primero sus ojos que revelan fuerte dolor, expresado en llanto que nubla la visión, aunque no impide que, al tornar la cabeza, vislumbre el entorno familiar, el solar donde han nacido por generaciones, los señores de Vivar, ahora vacío, abandonado, deshabitado, las puertas abiertas, sin candados, las perchas vacías sin pieles y sin mantos, sin aves de cetrería: halcones y azores. ¿Cómo reaccionaríamos nosotros frente a esa desolación que otros, por envidia y por injusticia, nos han causado? Ciertamente con ira, con violencia. Primera lección y modelo que el Poema entrega. Señor de sí mismo, el Cid inspira con fuerza, retiene el aire y lo transforma en un suspiro que equilibra su desajuste emocional y le permite trasmutar su ira, su dolor en mesura, en equilibrio y su hablar es una oración, un dejar en manos de Dios no la venganza, sino la justicia. No es la única instancia en que el Cid muestra su señorío, su mesura, su capacidad alquímica para trasmutar lo negativo en positivo. También lucha contra los agüeros, conjurándolos con un gesto: Meció Mio Cid los hombros y engrameó la tiesta (13); responde a la violencia del rey que constriñe a la ciudad de Burgos, renunciando a tomar por fuerza, lo que se le niega por miedo (tirada 4). Recurre a la astucia para financiarse la primera etapa del destierro (tiradas 6 a 11). Paulatina y sucesivamente se manifiesta como un héroe cristiano, con un cristianismo que con más exactitud debiéramos calificar de plenitud humana y de profundo autocontrol.

3. LA JUSTICIA DEL HÉROE.

La más alta alquimia que realizará el Cid atraviesa todo el Cantar, en cuanto relato de cómo el vasallo justo logra con su justicia purificar y acrisolar la justicia de su señor. En la tercera tirada, en el verso 20 que recoge el decir de los burgaleses; en el decir del pueblo se explicita aparentemente una crítica al monarca: ¡Dios que buen vasallo si oviese buen señor! verso comentado por numerosos críticos: (cf. A. Alonso en RFH, VI. 1944; Spitzer en RFH VIII, 1946; Martín de Riquer en Archivo General de Erudición Hispánica, III, 1949; Badía Margarita, Archivum, IV, 1954, entre otros). Para nosotros este verso explicita admirablemente la relación señor-vasallo básica en la Edad Media y que verbaliza el desequilibrio social, familiar y hasta cósmico que se produce por la injusticia del rey y que obliga al Cid a asumir el restablecimiento de equilibrio lo que se evidencia en las palabras de Alfonso en el tercer cantar: yo vos lo sobrellevo commo a buen vasallo faze señor (v. 3478).

Justicia-injusticia, pilar básico en la estructura del hacer humano. Este motivo fundamental de la justicia nos parece estructurante del cantar. Sólo a modo de curiosa observación no podemos dejar de anotar que la justicia es la octava carta del Tarot y curiosamente el número 8 es la única unidad que no se menciona en el Poema, tal vez porque el Cid encarna la justicia. El decir popular señala una verdad fundamental. De acuerdo con el sentido comunitario, corporativo del Medioevo, el señor y su vasallo constituyen una unidad, un cuerpo social. Si uno de ellos falla, por excelente que sea el otro, está quebrantada la unidad primigenia. Existe la posibilidad de un nuevo orden frente al injusto actuar del señor que ciertamente ha olvidado que los reyes son más onrados que otros omnes, por el estado que Dios les dio en palabras de don Juan Manuel en su Libro Infinido (Blecua, 1952, p, 35). Roto el lazo de vasallaje por la injusticia del rey, nada impedía al desterrado, en la tradición medieval, declararse señor de Valencia, tanto más cuanto que explícitamente ejerce un derecho real al designar a don Jerónimo obispo de Valencia: en tierras de Valencia fer quiero obispado, e dárgelo a este buen cristiano; (vv. 1299-1300) decisión reiterada por Minaya al referirle al rey las nuevas del Campeador en la tirada 82 (v. 1332). Otro derecho de rey que el Cid ejerce es el de casar a sus servidores: Estas dueñas que aduxiestes, que vos sirven tanto, quiérolas casar con de aquestos mios vasallos; (vv. 1764-1765).

José Antonio Maravall ha estudiado ampliamente el concepto de rey y de reino en la España medieval y señala que "reinar es ejercer una serie de facultades de imperio, algunas de las cuales, con nuestra mentalidad de hoy, las consideraríamos jurídico-privadas, sobre un territorio determinado, sí, pero cuya concreta definición no es esencial". (Maravall: 1964, p. 348). Bien podría el Cid haberse hecho coronar rey de Valencia, pero eso habría ido en contra de la voluntad de Dios que lo hizo nacer vasallo. El juglar atribuye al héroe un profundo conocimiento de su vocación. Declararse rey de Valencia implicaría la ruptura de la unidad básica que se plantea en diversos niveles: personal, social y sobre todo, literario. Tan evidente es esto para el Cid, que, desde sus primeros combates renuncia al derecho de luchar contra el que reconoce como su señor natural (v. 538).

La justicia del Cid redime la injusticia del rey y es así como a través del poema vivenciamos el cambio que se produce en el rey, hasta que conquista en el tercer cantar el epíteto de bueno: (v. 3001): en los primeros va el buen rey don Alfonso, Gustavo Correa ha señalado "que el desarrollo artístico del Poema descansa sobre un progresivo acatamiento del rey a su vasallo hasta hacerlo partícipe de su propia condición con los atributos de honra inherentes a su estado en este mundo. La situación inicial de vasallo-señor va sufriendo un desplazamiento que, como luego veremos, se va alterando hasta colocar al Cid en progresión ascensional a la par del personaje más hondo de la tierra, sin dejar al mismo tiempo de mantener su estado de vasallo". (Correa: 1952, pp.185-199). Al considerar básica, desde el punto de vista artístico, la relación señor-vasallo, Correa idealiza la figura del rey, viendo al Cid elevarse y progresar a través de su relación con el monarca, pero en realidad, es el rey quien corrige su injusticia inicial y asciende espiritualmente a una justicia que lo hace merecedor de los epítetos de bueno y honrado en el segundo y tercer cantar.

Hay en el Cid una integridad tal que ni la desgracia ni la felicidad tienen poder para enajenarlo: es un individuo íntegro, que sabe cuál es su lugar y su misión en la tierra: servir a Dios con su justicia, a su familia -esposa, hijas, servidores, vasallos- con su amor, y a su rey con su lealtad. Rodrigo Díaz de Vivar, en cuanto figura literaria, se transforma en un redentor de la justicia y del orden quebrantados: conservando su rol de súbdito, logra transmutar la injusticia real y cumplir plenamente su vocación de vasallo, es decir, mantener el orden dentro del cual Dios quiso que naciera.

Que éste es un proyecto vital asumido por el espíritu castellano nos lo muestran obras posteriores de las cuales sólo basta recordar El villano en su rincón y El Alcalde de Zalamea en las cuales sus protagonistas quieren conservar el status dentro del cual nacieron, por ver en ello un designio divino.

4. ESTRUCTURA POLÍTICA, SOCIAL Y FAMILIAR.

La primera tirada, centrada en el dolor del hombre injustamente desterrado, sólo utiliza verbos en singular en los ocho primeros versos. El último verso, introduce a los antagonistas: míos enemigos malos y el verbo aparece en plural me an buolto. Se establece así la relación protagonista-antagonista en plural y marcado con el epíteto malos que, por oposición deja en el plano de lo "bueno" al acongojado héroe. En la segunda tirada aparece la pluralidad indeterminada en el verbo: pienssan, sueltan, ovieron que sugiere la presencia de otros al lado del protagonista hasta que se condensa en un otro que une su destino al del Cid: albricia, Albar Fáñez, ca echados somos de tierra! Mas a grand ondra tornaremos a Castiella (v.13-v.14)

Sólo tras este otro que no es el Cid, pero que es del Cid, en la tercera estrofa aparecen esos sesenta pendones que también marchan al destierro con su señor: tienen un mismo destino, porque constituyen su cuerpo familiar. Recordemos que familia en latín designa primitivamente el "conjunto de los esclavos y criados de una persona, derivado de famulus = sirviente, esclavo" (Corominas: 1980, p. 267). Observemos cómo se ha presentado al grupo que acompaña al Cid: primero éste en su dolor, luego su par Minaya Alvar Fáñez y tras él sus 60 pendones. De un modo similar se configura el espacio geográfico. Vivar es el solar de Rodrigo Díaz, a más o menos 9 km. de Burgos. Una y otra son tierras de Castilla: el señorío del Cid y la otra ciudad, son dominios del rey Alfonso y sobre sus habitantes ejerce señorío como se demuestra en estas primeras tiradas: expulsa a los de Vivar y con amenazas, prohibe a los otros ayudar a los hombres del Cid. La unidad de los burgaleses se ve rota y se manifiestan dos actitudes fundamentales: el miedo, que hace cerrar puertas y ventanas, se plasma en las palabras de una niña de nueve años y la rebeldía frente a la injusticia real, en Martín Antolín, el burgalés de pro (tiradas 4 y 5 ) quien decide acompañar al Cid, abriendo la posibilidad para que otros castellanos se unan al héroe. Unos -Minaya y las sesenta lanzas- por obligación de vasallaje y de sangre, los otros -Martín Antolínez, y tras él 115 castellanos (v. 291) y yentes de todas partes (v. 404)- por rebeldía, por amor a la aventura, por afán de lucro, o por amistad al Cid, todos ellos abandonan Castilla para acompañarlo en su aventura guerrera.

Castilla no está regida sólo por el rey. Su poder es político, material, temporal, junto a él hay otro poder el espiritual, detentado por la Iglesia. Antes de abandonar Burgos, Mio Cid, La cara del caballo tornó a Santa María, alzó su mano diestra, la cara se santigua: A ti lo agradezco, Dios que cielo y tierra guías.. (v. 215-v.217) una oración y una promesa. El caballero invoca a la Dama: a la Gloriosa Santa María (2185) y formula un voto: hará cantar en el altar mariano, mil misas (v. 225) promesa que cumplirá prontamente como leemos en la tirada 41. Bajo el amparo de la Iglesia se acogen las mujeres de Vivar; en San Pedro de Cardeña (tirada 14) el Cid pernocta, oye misa y se despide de su familia con otras tantas promesas. Bien sabemos que la dualidad medieval se manifiesta en la valoración de los poderes temporales -el monarca- y espiritual -la iglesia. El rey y la Iglesia representan la cristiandad. En España también están los otros: judíos -que detentan el poder económico (tiradas 6 a 10)- y moros -poder de las armas, enemigos, a los que el Cid enfrentará por necesidad y no por razones ideológicas (vv. 1103-1105). Cristianos, moros y judíos, aunque religiones diferentes, son descendientes espirituales del Padre de la fe: Abraham. Por lo tanto, no son enemigos marcados por una maldad moral congénita, sino que deben enfrentarse por contingencias históricas, pero si se dan las condiciones, pueden establecerse relaciones personales, como es el caso de Albengalbón, quien reconoce a Dios como único señor de todo el mundo (v. 2684). Paulatinamente se configura una visión de mundo en la que nada es casual ni fortuito: todo se integra armoniosamente, en un juego de fuerzas y energías positivas y negativas que el hombre debe aprender a controlar y manejar, primero en sí y luego en su entorno. A la fuerza bélica, el poder de las armas, están sometidos los guerreros. En la oración de doña Jimena (v. 330-v. 365) se plasma otra forma de fuerza, sin la cual la acción guerrera sólo sería violencia innecesaria. La fuerza física de los hombres del Cid estará siempre bien dirigida pues, hay quienes permanecen en la retaguardia rogando a san Pero e al Criador (240).

5. LAS VOCES FEMENINAS.

Priman en la obra las voces masculinas. En tres ocasiones escuchamos el clamor femenino.

En las tres circunstancias el decir femenino responde a una violencia exterior con fortaleza interior: débil en la niña de sólo nueve años que suplica al Cid por el bienestar de los suyos y le trasmite el miedo que ellos sienten frente a la orden real (tirada 4 vv. 40-49), fuerte la otra, sabia, llena de fe, implora al Señor de los cielos (tiradas 16 y 18). La una conmueve al Cid y a sus guerreros y neutraliza una posible violencia; la otra conjura una respuesta celestial en la aparición del ángel (tirada 19). Estas dos voces testimonian la injusticia y claman por el restablecimiento del orden y del equilibrio quebrantados. A estas voces responden el Cid con su acción y el cielo con su favor y gracia.

En el tercer cantar escuchamos la tercera voz femenina, esta vez dual: son las hijas del Cid las que ruegan a sus esposos que las maten antes de que las infamen (tirada 128, vv. 2725-2733). También ellas claman por una injusta violencia y, como las voces anteriores, pondrán en marcha un movimiento con el que se demostrará que la justicia y la unidad han sido restablecidas.

6. UNIDAD.

En todas estas oposiciones vemos que hay una voluntad artística de manifestar la unidad como singularidad y también como multiplicidad que se reduce a la unidad: sesenta pendones, pero un destino común; Vivar, Burgos, Castilla: varias ciudades, pero un mismo soberano; el rey y la iglesia, manifestaciones concretas de un designio histórico concreto; hombres, mujeres, moros, cristianos, judíos, multitud ejemplar que se afana, todos con un mismo destino, la muerte que puede ser como la del héroe:

Passado es deste sieglo mio Cid de Valencia señor
el día de cinquaesma; de Cristus aya perdón!
Assí ffagamos nos todos justos e peccadores! (vv.3625-3628).

7. ANIMALES Y OBSEQUIOS.

Los animales que se mencionan en la obra merecen especial atención y debieran ser estudiados con cierta amplitud. No sólo la agorera corneja y las aves de cetrería con que se abre el Cantar (el halcón como el gallo son tradicionalmente símbolos solares), sino también los animales: caballo, león, las fieras de Robledal, son portadores de un rico simbolismo. En esta ocasión, nos interesan los caballos que a través del Poema constituyen permanente fuente de interés y preocupación. "Temprano dat cevada, si el Criador vos salve" (v. 420). Se les cuida con tanto esmero como a la gente y la figura de cada combatiente se destaca sobre su caballo y la derrota equivale a ver "tantos buenos caballos sin sus dueños andar" (v. 729).

En cinco ocasiones ofrece el Cid caballos al rey. Los tres primeros obsequios -entregados por Minaya Alvar Fáñez- (30 - v. 816 ss, 100 - v. 1274 ss y 200 - v. 1813ss) le permiten reconquistar el favor real.

El cuarto lo entrega el propio Cid cuando el rey lo perdona y está conformado por 30 palafrenes y 30 caballos (vv. 2144-2145). En la quinta ocasión el Cid ofrece a Babieca (v.3515). Babieca nos planteaba más de un problema. El que en buen ora nascó y su caballo forman evidentemente una unidad. Tanto es así que en la tirada 150 el propio rey lo reconoce cuando rechaza -no olvidemos que el rey ha alcanzado una plenitud humana y que ya ha sido calificada por el juglar de bueno y honrado- el obsequio de este caballo que Cid quiere hacerle:
Mas atal cavallo cum est pora tal commo vos,
pora arancar moros del campo e seer segudador;
quien vos lo toller quisiere nol vala el Criador,
ca por vos e por el cavallo ondrados somos nos (vv. 3518-3521).

El soberano había aceptado los caballos que el Cid le había enviado; la reacción de Alfonso frente a estos obsequios muestra su paulatina evolución: aun cuando persista su enojo contra el Campeador, los primeros treinta los toma sin mayor escrúpulo -casi con lo que podríamos llamar, una autojustificación cínica-, mas después que de moros fo, prendo esta presentaja (v.884). Los cien caballos siguientes le muestran las fieras ganancias que ha hecho el Campeador y se alegra:

De tan fieras ganancias commo a fechas el Campeador
¡sí me vala sant Esidre! plazme de coracón,
e plázem de las nuevas que faze el Campeador;
recibo estos caballos quem enbía de don (vv. 1341-1344).

Cuando recibe el tercer presente, su decir se transforma en una oración y en un reconocimiento del hacer del Cid:

Grado al Criador e a señor sant Esidre
estos doscientos cavallos quem enbía mio Cid.
Mio reyno adelant mejor me podrá servir (vv. 1867-1869).

Personalmente, en la tirada 106, Rodrigo Díaz de Vivar, perdonado por el rey, lo saluda y le entrega un último obsequio:

Hya rey don Alfons, señor tan ondrado,
destas vistas que oviemos, de mí tomedes algo.
Tráyovos treinta palafrés, estos bien adobados,
e treinta cavallos corredores, estos bien enssellados
tomad aquesto, e beso vuestras manos (vv. 2142-2146).

Las palabras del monarca no sólo agradecen el obsequio, sino que reconocen cuanto lo ha honrado el Cid y termina pidiendo a Dios que proteja al caballero:

Mio Cid Roy Díaz, mucho me avedes ondrado,
de vos bien so servido, e tengom por pagado;
aun bivo sediendo, de mí ayades algo!
A Dios vos acomiendo, destas vistas me parto.
Afé Dios del cielo, que lo ponga en buen recabdo! (vv. 2151-2155).

Edmundo Chasca atribuye un valor estructural y formal a la progresión 30-100-200-30, 30 y ve ligada al progresivo incremento de la mesnada del Cid que puede recapitularse así: 60+115+425+3.000+370=3.970 (Chasca; 1972, p. 250.) Los obsequios muestran la voluntad del héroe para continuar la relación de vasallaje, a través de ellos el juglar muestra por una parte la redención del Rey y por otra el señorío y honra cada vez mayor que alcanza el Cid.

Los trescientos noventa caballos han sido muy bien recibidos por el rey. Babieca, que culminaría la serie de los presentes, es rechazado. Consideremos que está cuidadosamente equilibrada la mención de los caballos y la detallada descripción de la reacción del rey no es casual y creemos que para comprender su función estética deberemos integrarla a la totalidad del Poema, interpretándola como un indicio que apunta a un Cid centáurico, tanto más cuanto que no sólo caballos ha dispuesto el Cid para su señor: de pasada, sin la menor insistencia se mencionan otros objetos de gran valía como la tienda del rey de Marruecos (vv. 1789 ss) o el escaño en las cortes de Toledo (v. 3115). Nos parece que en el verso 3521 el rey reconoce la unidad centáurica del Cid como héroe ante toda su corte: la honra de Alfonso viene por el Cid y por su caballo. Esta unidad centáurica había sido probada ya por el juglar. ¿Cuándo se hace famoso Babieca en toda España? No es, como podría esperarse, en un combate. El juglar nos da cuenta de como el Cid se hizo señor de Babieca en la tirada 86. El rey ha permitido que doña Jimena, sus hijas y dueñas vayan a reunirse con el Cid. Uno de los objetivos del héroe se cumple: ha conquistado un hogar para los suyos. Sintamos todo lo que el momento significa para el hombre Rodrigo al que viéramos llorar en la primera tirada. Supimos de sus lágrimas al dejar Vivar. Ahora sabremos de su alegría:

Mandó mío Cid...(v. 1570)
e aduxiésenle a Bavieca; poco avié quel ganara
d'aquel rey de Sevilla e de la sue arrancada,
aun non sabié mio Cid, el que en buen ora cinxo espada,
si serie corredor o ssi abrié buena parada; (v. 1573-v.1575).

Mediante este caballo -que aún no ha sido probado por el Cid- expresará su alegría. Nadie puede decir si el caballo soportará toda la carga emotiva del héroe o si se quebrará, incapaz del peso: con qué calma, con qué mesura narra el juglar toda esta escena, ¡qué parquedad!
Por nombre el caballo Bavieca cavalga,
fizo una corrida, esta fo tan estraña,
quando ovo corrido, todos se maravillavan;
des día se preció Bavieca en quant grant fo España (v.1588-v.1591).

8. MARAVILLA ÉPICA Y NÚMERO.

Eleazar Huerta llama a Rodrigo Díaz de Vivar "el ungido con la magia del tres, número de la Santísima Trinidad" y agrega que "la fuerza oculta y divina del número tres se manifiesta en otros episodios posteriores del Poema" (Huerta: 1948, p. 130 s.). Efectivamente pareciera que el 3 y sus múltiplos rigieran el destino del héroe en los tres cantares que componen el Poema, y aunque de paso, recordemos los 60 pendones, la niña de nueve años, los tres presentes que envía el Cid al rey, no podemos olvidar que los números citados en el poema son numerosos.

Edmundo de Chasca dedica el capítulo XII de su obra. El arte juglaresco en el "Cantar de Mio Cid", (Chasca: 1972, pp. 237-269) al estudio del empleo del número "como elemento de la estructura y forma del poema" y, haciendo una minuciosa y detallada estadística, señala que "el 8% de los 3.730 versos contiene cifras" (Ibídem, p. 237). Postula básicamente que "la función especificativa del número, ya indicada, aunque no del todo demostrada, hace constar la precisión del estilo de Cantar con más claridad que ningún otro aspecto verbal. La exactitud histórica de ciertas cifras, como veremos, también comprueban su verismo..." (Ibídem, p. 244).

No creemos que la función del número sea sólo un procedimiento estilístico que apunte a la precisión y exactitud histórica. Su función está más allá de lo estilístico, revela una poética y más aún, una concepción filosófica neoplatónica. ¿Estaría el número en la Edad Media concebido cuantitativamente tal como en nuestros días o tiene otras connotaciones? Para aclarar este punto recordemos los planteamientos de la estética de Boecio: "es de estilo matemático, científico, positivo. Mientras Theon de Esmirna y Nicómaco de Gerasa, entre los paganos y San Agustín y los otros Padres insisten sobre la significación alegórica de los números y de las proporciones, Boecio se detiene en sus propiedades matemáticas y formales (...) La belleza es la armonía aparente de los miembros visibles, es decir, la justa proporción de las partes "en superficie" (...) Es la estética estoica, tanto en la definición de la belleza como en su enjuiciamiento moral" (Bruyne: 1958, p. 15) "El fulgor brillante de las formas pasa como el de las flores primaverales, pero el número que da unidad a los elementos de las cosas perdura. Por encima del conocimiento sensible está el pensamiento que alcanza el ser; por encima de la belleza pasajera y movediza reina la belleza permanente de los tamaños y las proporciones" (Ibídem, p. 18).

El número es un modo de expresar la relación de la parte con el todo.

Dentro de este espíritu creemos que se mueve la armonía del Poema; "la armonía que unifica los diversos elementos, pero es armonía la vida que conjunta el organismo y le coloca por encima de las cosas inanimadas; es armonía la razón que crea el orden, el amor que hace que unas a otras se deseen las cosas y concuerden: la belleza es, pues, una expresión del amor, de la razón y de la vida" (Ibídem, p. 18). Todo cuanto ha sido creado, ha sido creado conforme número y en la unidad del Todo. ¿Cómo se produce la multiplicidad? Boecio responde: "Luego lo que por la naturaleza es uno y sencillo, el mal uso de los hombres lo hace partible. Y mientras pone diligencias en adquirir alguna parte de lo que carece de partes, ni alcanza ninguna porque no lo hay, ni el mismo todo porque no lo solicita." (Boecio: Libro III, Prosa IX, p. 322). En este contexto nos es posible entender que en su integridad el Cid no pueda hacerse cómplice en la ruptura de la unidad quebrantada por la injusticia real. Por error, por un engaño de los sentidos, la unidad esencial aparece fragmentada, múltiple: Cid-Minaya-sus sesenta pendones, todos los que componen su mesada, son uno; Vivar, Burgos, Castilla, España es una; la multiplicidad de ojos y labios tras las ventanas en Burgos son una razón -la de la niña de nueve años- y una acción, la de Martín Antolínez. El Cid, el que en buena hora nació, ungido por la gracia del tres, víctima de la unidad, la redime y restablece mediante su justicia de vasallo santo, que reconoce el rey cuando dice al Campeador: "yo vos lo sobrellevo commo a buen basallo faze señor (v. 3478) y más adelante:
Yo lo juro por sant Esidre el de León
que en todas nuestras tierras non ha tan buen varón" (v. 3509-v. 3510).

El rey al escuchar a los mestureros y calumniadores generó una oposición entre uno y otro, oposición que nos recuerda el fundamento de las teorías de los pitagóricos: "En cuanto a la armonía, la cosa más bellas, es -decía tal vez Filolao- la unificación de lo múltiple compuesto y la concordancia de lo discordante. Cada cosa es una armonía de números y el número es una armonía de opuestos, si bien, como hemos visto, los elementos de los números son también los de las cosas. La oposición fundamental es la de lo Ilimitado y el Límite. Luego viene, dependiendo, respectivamente de estos primeros términos lo Par y lo Impar, lo Múltiple y lo Uno. Elementos del número, Par e Impar son, al mismo tiempo sus cualidades específicas, que se manifiestan en números por la oposición siguiente. Pero, lo que hace a los números alternativamente pares e impares, cambiando su cualidad es ya una unificación armoniosa de estos dos opuestos, la unidad aritmética que es verosímilmente lo que Filolao llamaba el Par-Impar, o la tercera cualidad del número.

Una tabla sistemática de estos pares de opuestos, dispuesta muy probablemente por pitagóricos de la segunda generación, comprendía, además, ordenado por filas o series lineales bajo las tres primeras, otras siete oposiciones: izquierda y derecha; Hembra y Macho; En reposo y Movido; Curvo y Rectilíneo; Obscuridad y Luz; Malo y Bueno; Oblongo y Cuadrado. Hay, pues 10 pares de opuestos, ni menos ni más, pues 10 es el número perfecto. Esta es, sin duda, la razón de que no se hubiera insertado Falso y Verdadero aunque Filolao haya puesto el error al lado de lo ilimitado." (Robin: 1926, p. 79).

El Cid permanentemente lucha por restaurar la unidad. Hay en el Poema una clara conciencia de la multiplicidad que puede ser reducida a la unidad. Resulta evidente en aquellos casos en que se refiere a grupos verdaderamente homogéneos como Rachel e Vidas en uno estaban amos (v. 100), confirmado por la construcción verbal en singular Dixo Rachel e Vidas (136). O, el grupo homogéneo de los hombres del Cid que, a pesar de ser muchos y venidos de diferentes partes, forman con él un cuerpo: Todos vienen en uno (v. 1504) o todos tres se acuerdan ca son de un señor (v. 3551). Así también los primeros son uno, de un mismo sentir y de una misma importancia social (v. 3001).

Unidad implica individualidad. Sólo el no divisible puede entender y alcanzar la unidad. De allí la importancia del señorío de sí mismo, de la integridad del héroe que le permite conquistar su nombre. Mediante el nombre se distingue al hombre. En el Cantar cada nombre que se nos entrega tiene su entereza si está en la serie positiva. Para destacarlos, aparecen en los momentos álgidos en los que junto con el nombre, conquistan su epíteto heroico. Son nombres de gesta: Martín Antolínez, el Burgalés conplido (v.65) en el gesto de la rebeldía airosa. Albar Fáñez Minaya, en el silencio del apelado (v. 14) en el consejo sagaz (v. 438) y en la fardida lanza (v. 489) que aunque regresa victoriosa no está satisfecho aún con lo logrado (v. 24), pero sobre todo es la enumeración épica en el ardor del combate, donde la mirada del juglar destaca y valora el gesto heroico (v. 37), con perspectiva a la que podríamos llamar fílmica. La conquista del nombre que individualiza, no implica ruptura de la unidad cuando el hombre tiene conciencia de su lugar en el orden primigenio.

Analicemos un momento en que se hace estética y estilísticamente explícita esta unidad que constantemente subyace. Cuando se separan las hijas de los padres para seguir a sus maridos (v. 2591 ss): hablan ambas, de rodillas ante el padre y la madre, y hacen presente la unión indisoluble de la pareja: vos nos engendrastes, nuestra madre nos parió (v. 2595) y reconocen la relación de dependencia: delant sodes amos, señora e señor (v. 2596).

El gesto afianza la palabra: el padre abraza a ambas: Elle fizo aquesto, la madre lo doblava (v. 2602) y la madre da voz a lo que ella y su esposo sienten: ella habla por él: de mí e de vuestro padre (v. 2604), porque ambos tienen un mismo sentir, un solo espíritu.. los padres con sus hijas forman un cuerpo y si los infantes hubieran sido buenos esposos, estarían integrados en esta corporación: mios fijos sodes amos quando mis fijas vos do (v. 2577) el dolor de la separación sólo lo puede expresar una comparación con el dolor físico: quomo la uña de la carne ellos partidos son (v. 2642) y el Cid reconoce que le llevan las telas del corazón (v. 2678). La familia se constituye en modelo de unidad humana y social en la que, como en los órganos del propio cuerpo, cada célula ocupa el lugar que por función le corresponde. El hombre, señor de sí mismo; el padre, unido con su esposa, señor de su familia; el rey, señor de sus tierras y de sus vasallos, así se nos integra un orden piramidal de señorío y servicio en cuya cúspide está Dios: Abengalvón dará este testimonio ante los infantes de Carrión: Dios lo quiera e lo mande, que de tod'el mundo es señor (v. 2684). Dada esta pirámide, el bien o el daño de una de sus partes es bien o daño para toda la estructura: El Cid no podrá ser hombre pleno, mientras no se restablezca el orden social que permita reconocer al rey como buen señor. La afrenta de Corpes no sólo afecta a las hijas del Cid y a éste: todos los vinculados al Cid la reciben como suya: en el dolor del parentesco, Félez Muñoz (v. 2780ss) y Minaya (v. 2835), en la paridad del servicio a "Díag Téllez, el que de Albar Fáñez fo" (v. 2814) y a todos los de Sant Esteban pesóles de coraÇon, y por razones de servicio, a toda la corte del Cid (v. 2835). Pero es el Caboso el que señalará explícitamente que la afrenta alcanza también al rey: quomo yo so vasallo e elle es mio señor (v. 2905).

si desondra y cabe alguna contra nos
la poca e la grant toda es de mio señor (v. 2910-v. 2911).

Muñoz Gustioz lo hace así presente al rey (v. 2936) y éste asume esta deshonra como suya (v. 2954ss) y hace explícita la relación señor-vasallo: De lo que a vos pesa a mi duele el corazón (v. 3031). Es el rey quien unifica.

La España medieval tiene conciencia de que es una unidad "que no se funda, sino que se alcanza, como algo que, por lo menos en grado de posibilidad, existe previamente, y después, una unidad que no se destruye, sino que se fragmenta semejante a la "unidad compuesta" de la escolástica" (Maravall: 1964, p. 341). Esa conciencia de unidad fragmentada está presente en el Cid al reconocer en el rey a su señor natural (v. 1272) y en el juglar al mencionar los lugares sobre los cuales reina Alfonso:

Rey es de Castiella e rey es de León
e de las Asturias bien a San Salvador,
fasta dentro de Santi Yaguo de todo es señor,
ellos comdes gallizanos a él tienen por señor (vv.2923-2926).

Si "todas las cosas fueron establecidas en la armonía por la razón divina según el orden de los números" (Bruyne: 1958, p. 19) el primer número correspondería al rey: "el primer principio es el principio varonil" (Ibídem, p. 24). El Cid es el otro, "el principium Alterius, el principio femenino el de la multiplicidad, del cambio". La metafísica del número con que trabaja el pensamiento medieval revela influencia neopitagórica: para ellos los números constituyen la esencia de las cosas y el mundo entero no es sino armonía y número. "Los números son causas de las cosas en tanto que son los límites o términos que las definen.. el número no es todavía concebido en una forma rigurosamente abstracta", no designa sólo una cantidad, sino principalmente una relación "es una figuración espacial de puntos separados unos de otros." (Robin: 1926, p. 80). Creemos que desde este ángulo debemos estudiar los números que aparecen en el Poema en función de la oposición básica del principium Eiusdem por el cual las cosas creadas permanecen idénticas a sí mismas y del principium Alterius por el cual se alteran y desarrollan de manera continua, "el primer principio es el de la unidad, el otro el de la multiplicidad. El uno está simbolizado por la mónada, el otro por la diada" (de Bruyne: 1958, p. 24). El rey y su corte masculina representaría el primer principio, el Cid y su familia -línea femenina el segundo- ahora entendemos mejor que el juglar elimine de la obra todo elemento que pudiera enturbiar o confundir el plan de la composición. En la descendencia del Cid es insignificante (no significante) el hijo Diego en cuanto no haría tan evidente la línea femenina del vasallo. Consideramos que la tradicional máquina o maravilla épica tan evidente en obras antiguas, Ramayana, Bhaghavad Gita, como en la Iliada, en La Odisea, en La Eneida en el Poema del Cid se expresa a través del simbolismo y magia del número, y no mediante intervenciones divinas.

Recordemos que el ángel aparece en sueños y en la tirada 19 que sólo tiene siete versos, en cinco ocasiones se insiste en que el Cid se durmió y en sueños tuvo una visión. Se narra en la tirada 112 el episodio del león, que sirve para presentar "tres conductas: la valerosa del veterano, la ridícula del cobarde y lo maravilloso del héroe" (Huerta: 1848, 177) con las consecuencias que se advierten en el resto del Cantar. Con este relato se pone en evidencia la cobardía de los Infantes que culminará en el Robledal de Corpes. Resalta el simbolismo de la escena cuando analizamos los elementos que la conforman. El león, rey de los animales, representa nuestra energía y fuerza instintiva de la que debemos hacernos dueños para conquistar nuestro propio señorío. Es similar a la carta del Tarot llamada La Fuerza que presenta a una dama dominando una fiera. Este símil nos induce a establecer otras analogías con el naipe: y recordemos que en las cortes de Toledo, ante el Rey el caballero pide a los infantes cuenta por la injuria a sus hijas, la dama. Se enfrentan los arcanos cortesanos. Rey-Dama-Caballero-Paje. Por otra parte, observamos las exigencias del Cid: reclama, en primer lugar las espadas, ganadas "a guisa de varón" (v. 3154) "denme mis espadas quando mios yernos non son" (v. 3168). En segundo lugar, demanda el oro: "en oro e en plata tras mill marcos les dio" (v. 3204) "denme mios averes quando mios yernos non son" (v. 3206). A continuación inculpa de menos valer a los infantes por la afrenta contra las hijas, damas, tierra, matrices, copas simbólicamente. Todas estas demandas son acogidas por el Rey, el que tiene el cetro, el basto y este las eleva a categoría de "reinas de Navarra y Aragón" (v. 3399) bajo el patrimonio del buen rey don Alfonso quien se autodeclara protector de los del Cid "yo seré el curiador" (v. 3477). ¿Será el Poema del Cid portador del simbolismo hermético? Cada uno responda conforme su propio entender.

9. CONCLUSIÓN.

Hemos querido proponer líneas de lectura para el Poema de Mío Cid y sobre todo, algunas instancias de análisis y discusión. Consideramos que es importantísimo conocer los fundamentos filosóficos de su cosmovisión, por cuanto esta estética da forma adecuada a la voluntad característica de la cultura medieval de abarcar el mundo en su verdad esencial, ordenada conforme una razón primera y manifestada en la multiplicidad como tendencia a la totalidad y a la unidad primordial que el hombre debe conquistar para sí y para su entorno. Es el trabajo del Cid trasmutar la injusticia en justicia para restablecer el orden y el equilibrio.

Héroe ejemplar que se nos propone como modelo. Assí ffagamos nós todos justos e peccadores! (v. 3728).


Zdroje:
Texto íntegro + edición fascímil - www.cervantesvirtual.com/bib_obra/Cid/obra.shtml

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