LEYENDO EL POEMA DEL CID
¿Por qué empezar con el Poema del Cid? Tal vez, porque "los hijos del Cid" son nuestro antagonistas no materiales, sino espirituales -según nuestra Canción Nacional. Tal vez, porque uno de nuestros más egregios poetas, Vicente Huidobro, lo canta como su antepasado: "Aquí tenéis la verdadera historia del Mío Cid Campeador, escrita por el último de sus descendientes" (Huidobro: 1949, p. 12). En fin, porque este es el espíritu que se gesta en la península y se nos trasmite como legado espiritual, cultural y étnico. Aprovechando el Poema del Cid queremos proponer una metodología de lectura que nos permita comprender mejor el simbolismo del decir medieval, que apunta al inconsciente personal y social, proponiendo modelos de conductas que una comunidad -castellana, peninsular y americana- realizará a través del desarrollo histórico diacrónico. Postulamos el Poema del Cid como una obra épica cuyo motivo estructurador es la unidad de España. Lo interpretamos como un proyecto vital que la España, unificada bajo el dominio de Castilla, realizó a partir del gobierno de los Reyes Católicos, hasta prácticamente nuestro siglo.
1. CORRELATO HISTÓRICO.
Podemos con exactitud fijar la cronología que presenta la obra. Rodrigo Díaz hubo de nacer hacia 1043 (Menéndez Pidal: 1950, p. 23) cuando reinaba Fernando I en León y Castilla. Hombre de confianza de Sancho, fue uno de los que tomó juramento en Santa Gadea, a Alfonso de no haber participado en el asesinato de Sancho. En 1074 Alfonso lo casa con su sobrina Jimena, de noble estirpe asturiana. A fines de 1079, Rodrigo fue enviado por Alfonso a cobrar la parias a Motamid, rey de Sevilla. El destierro se produce en 1081. En San Pedro de Cardeña quedan su mujer doña Ximena y sus tres hijos: Diego, Cristina (Elvira) y María (Sol). Hacia 1089 se instala en el Poyo del Cid (Puig). En 1090 derrota al conde de Barcelona, en 1094 se apodera de Valencia, que conservará hasta su muerte el 10 de julio de 1099.
Es fácil comprobar la sabiduría con que el juglar aprovecha los acontecimientos históricos para dar movimiento y variedad a su relato, para transformarlo en auténtica obra de arte, mediante selección, amplificación, simplificación, variación, eliminación y creación.
De la amplia variedad de sucesos, situaciones, espacios que conforman la vida histórica de un hombre, Rodrigo Díaz de Vivar en este caso, el juglar escoge, selecciona algunos a los que, en la composición de la obra puede poner al servicio de su idea, subordinar a su intencionalidad artística y omite otros. Analicemos uno de esos aspectos omitidos. Se ha insistido en el verismo histórico del Cantar, se han buscado todas las coincidencias de lo literario con su correlato histórico, pero no se explica por qué se omite el nombre de Diego hijo del Cid que muere en Consuegra en 1097, tres años después de la conquista de Valencia y del traslado a esa ciudad de su familia. (Menéndez Pidal, 1950, pp. 258-259). Si la obra fuera un poema histórico, Diego debiera de haber sido mencionado junto a sus hermanas pequeñas en San Pedro de Cardeña y en Valencia, desde donde lo envía el Cid para ayudar a Alfonso cuando tenía aproximadamente veintidós años. No se puede aceptar que esta omisión se justifique como un modo de evitar que el dolor empañase la gloria del héroe; antes bien, habría sido una excelente ocasión para poner en evidencia la entereza moral de Rodrigo. Creemos que la razón es de orden estético y obedece a una necesidad estructural del Cantar. El Cid, en su calidad de vasallo sólo tiene en el Poema como familia una esposa y dos hijas -línea femenina, receptiva-, frente al rey que aparece rodeado de una corte exclusivamente masculina. Las únicas mujeres que se mencionan están relacionadas con el Cid y sus hombres o sus acciones bélicas: desde la simbólica niña de nueve años hasta sus hijas y las servidoras de doña Jimena, a la oposición rey injusto-vasallo justo, se agrega: rey -corte masculina, activa, regente-, Cid -línea femenina, por su familia, (masculina en cuanto el Cid es a su vez señor de sus propios vasallos, de sus sesenta pendones y de más).
El juglar crea un ambiente de historicidad y verismo mediante detalles, pero la historia central, el matrimonio de Elvira y Sol con los infantes de Carrión, es totalmente ficticia, a lo más una tradición local. Vislumbramos una intencionalidad artística. El rey, para pactar su perdón y afianzar la unidad entre castellanos y leoneses, casa a las hijas del Cid -castellanas- con los infantes de Carrión -leoneses. Simbólicamente este enlace sería expresión de lo que consideramos como motivo fundamentalmente estructural del Cantar, la unidad de España sobre la base de la unión de Castilla y León.
Pero -¿castigo tal vez para la falla del rey de León, Alfonso?- esta unidad hispánica no se logrará a través de estas bodas, sino por un segundo matrimonio que -extraña e interesante intuición del juglar- se celebra con los infantes de Navarra y Aragón y que resuena en una expresión siempre actual: "Oy los reyes de España parientes suyos son" (v. 3724). Históricamente la unidad de España -a la que el Cid sacrifica su posibilidad de coronarse rey de Valencia- la lograrán Isabel de Castilla -línea femenina castellana, cidiana- y Fernando de Aragón. Los versos finales del Poema (vv. 3717-3725) nos sugirieron el motivo estructural de la obra: búsqueda de la unidad manifestada en distintos niveles; personal, familiar, social, nacional, cósmico.