Sólo habrá contradicción si nos atenemos a una lectura literal de las Escrituras, olvi-dando su significación eterna.
Yo he dado en mi "Guía para los perplejos" las reglas de esta lectura ale-górica, que tiene en cuenta los datos de la historia.
Nuestros problemas históricos deben resolverse a partir de los principios eternos; porque no existe ninguna oposición entre lo absoluto y la historia.
Estos principios eternos, mi experiencia de jurista me ha enseñado que sólo se reducen a cuatro. Y así los encontraréis en mi comentario a la Misna, nuestra tradición judía.
Primero. El individuo sólo puede desarrollarse en una sociedad sana en la que los deberes se consideren antes que los derechos.
Segundo. La finalidad de toda sociedad fiel a Dios, debe ser el desarrollo del hombre, no de la riqueza. El hombre progresa cuando desarrolla el razona-miento en toda su plenitud, un razonamiento que tiene conciencia de sus límites y postulados. La razón así practicada testimonia la presencia de Dios en el hombre.
Tercero. La razón del hombre no es más que una participación en la razón de Dios que nos sobrepasa infinitamente. Y sólo puede hacerse efectiva si aceptamos y acogemos la profecía bíblica. Y cuarto. Cada nuevo ciclo de la historia sólo comienza cuando un profeta, como Moisés, desciende hasta el pueblo para proponerle nuevas leyes.
Por qué estos vanos pensamientos entre los pueblos; porque los reyes de la tierra se sublevan contra el Eterno y contra su Ungido. Rompamos sus ligaduras, librémonos de sus cadenas. Alfonso X el Sabio (1221-1284), nació en Toledo un 22 de noviembre. Participó activamente en la guerra de reconquista; en 1248 participa en el cerco y conquista de Sevilla. En 1252 fue proclamado Rey de Castilla. Tiene conciencia de reinar sobre tres culturas y pretende lograr un enriquecimiento cultural mediante la síntesis de todo el conocimiento antiguo. Así se le presenta en la Torre de Calahorra:
No soy más que la sombra de un rey al que llamaban en otro tiempo Alfonso X el Sabio, pero el Papa y mis propios vasallos me depusieron en 1282. Quizás mis sueños tenían demasiada grandeza para aquel siglo. Sin embargo, estábamos al borde de un gran despertar. Yo había tenido la suerte, en mi juventud, de ser educado en Toledo, donde el Obispo Raimundo y sus traductores cristianos y judíos me habían iniciado en la cultura del Islam. Hice traducir al latín el Corán y el Talmud.
Ved lo que fue el acto más glorioso de mi reinado: crear en Murcia, con el filósofo musulmán Mohammed Al-Riquti, la primera escuela del mundo, donde eran instruidos a la vez cristianos, judíos y musulmanes.[...]. En Sevilla exigí que se enseñasen las dos lenguas de cultura de mi tiempo: el árabe y el latín.
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