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La sociedad medieval española

4.1. LA SOCIEDAD MEDIEVAL
La progresiva caída del Imperio romano y las transformaciones que se producen con las invasiones los pueblos bárbaros significó una crisis que debilitó el poder imperial y fragmentó la Romania en múltiples reinos en poder de las tribus invasoras, francos, ostrogodos, visigodos, etc. La economía se hizo agraria, pero el paulatino empobrecimiento del campesinado determinó que se configuraran dos clases sociales fundamentales: la de los poseedores de la tierra y la de los productores o trabajadores de la misma, los señores y los siervos. En múltiples ocasiones los reyes germánicos se vieron despojados del poder por luchas familiares y por maquinaciones de los nobles, lo que redundaba en gran inestabilidad e incertidumbre. Durante los siglos IX y X los reyes, para asegurarse la lealtad y la ayuda de los nobles en sus campañas, les otorgaban tierras en premio de sus servicios.

Esta situación generó una relación de base jurídica y militar que afectaba a las clases dirigentes, constituida por hombres libres. El beneficiado se declaraba vasallo del rey y le juraba lealtad en una ceremonia de homenaje y se comprometía a servirlo con sus armas y sus consejos. El rey otorgaba un beneficio al vasallo, que podía consistir en tierras o en cargos. Así nacieron los feudos y de ellos se derivó un sistema político social y económico al que se llamó feudalismo. La economía era esencialmente agraria: la tierra era la única fuente de poder y de riqueza. Los feudos eran cultivados por los campesinos quienes pertenecían a la tierra donde habían nacido: eran los siervos de la gleba. Por similitud se aplicó también a la relación de dependencia entre el propietario de la tierra y el campesino que la trabajaba, a cambio del usufructo de una pequeña parcela.

En la Europa feudal existía una concepción totalmente jerárquica de la sociedad que se suele llamar piramidal. En la cúspide Dios que delega su autoridad material en el rey y la espiritual en el papa; bajo ellos, la alta nobleza civil (príncipes, duques, condes, marqueses, barones, castellanos), y eclesiástica (Cardenales, arzobispos, obispos), bajo ellos la nobleza menor (marqueses, señores, hidalgos, presbíteros, diáconos) y en la base de la pirámide, los vasallos, el pueblo, los siervos.
Símbolo del poder del señor era el castillo, en el caso de la Iglesia, los monasterios, y las catedrales; en ellos, a la vez que habitaban los señores, funcionaban todos los poderes civiles y religiosos: administración de justicia, cobro de tributos, almacenes de víveres y, en caso de peligro, lugar de refugio para los vasallos.

Paulatinamente la situación empieza a cambiar entre los siglos XII y XIII: se inicia una fuerte actividad comercial y se fomenta la artesanía en las ciudades que son centros comerciales a los que se denomina burgos; de donde a sus habitantes, mercaderes y artesanos, principalmente, se les llamó burgueses. Su mentalidad es diferente a la de los señores y campesinos y supieron dar gran impulso a la economía de mercado, a la vez que fomentaron, en la ciudad, un fuerte renacer cultural que culminará con la creación de las Universidades. Influyen en los grandes señores quienes se preocuparán de educar a sus hijos y transformar la corte en un centro cultural.

En los siglos siguientes, se debilitó el feudalismo, sin desaparecer del todo. Los reyes, apoyándose en la burguesía trataron de someter a la autoridad real a los nobles y se generaron verdaderas guerras civiles. Recordemos que la intervención de Juana de Arco, la Doncella de Orleans (1412-1431), permitió que Carlos VII de Francia fuera coronado rey en Reims en 1429. El mundo medieval se dinamizó. Caminantes, peregrinos, aventureros, juglares, durante el día recorrían los caminos casi solitarios y pasaban la noche en las posadas, lugar de encuentro de personas muy disímiles; en ella convivían juglares, frailes, bandoleros, labriegos, feriantes; eran, por lo tanto, centros de intercambio cultural y de experiencias vitales. En las mañanas traspasaban las puertas de la ciudad o de la villa, se abrían paso por sus estrechas callejuelas caminando entre herreros, zapateros, y otros trabajadores que exponían sus tiendecillas en ese verdadero mercado público. A veces en esas mismas calles o en las plazas y lugares más abiertos, los juglares cantaban sus canciones de gesta, los trovadores tañían melancólicas canciones de amor, los titiriteros representaban cuadros escénicos.

Ya lo señalábamos, surge una nueva actitud vital. Ya no se concibe el mundo como un absoluto sujeto a la voluntad de un Dios omnipotente; se le interpreta como cambiante, por influencia del azar o de la fortuna. Se rompe el sentido comunitario y surge el indivi-dualismo, la competencia, el afán de sobresalir. Se valora el sentido común sobre el pensa-miento mágico y analógico; la inteligencia se hace racional y se aprecia la capacidad para modificar las circunstancias y las cosas en el propio beneficio.

4.2 RELIGIOSIDAD MEDIEVAL
La ideología de la Edad Media está totalmente penetrada por creencias religiosas no sólo cristianas, musulmanas y judías, sino prerromanas y romanas. Hay en toda Europa un sustrato vivo de creencias animistas y míticas.
Se ha logrado determinar que los tartesios, por ejemplo, adoraban a los astros: el sol, la luna, Venus, como se puede comprobar en los restos arqueológicos encontrados en la Península, especialmente en sus monedas y en las ruinas de algunos templos, en la colina de Sanlúcar, junto a la desembocadura del Betis. Junto con su lengua, Roma impuso a sus dioses primitivos y posteriormente se superpone el culto cristiano que se institucionalizaría a lo largo de la Edad Media y se definiría en la lucha contra los musulmanes y los judíos.

Al hablar de este aspecto debemos destacar dos vertientes. La oficial, representada por la Iglesia y la popular, cotidiana, la del pueblo creyente. Esta última, vista desde nuestra perspectiva se trata de un cristianismo que se manifiesta como un sentimiento que ilumina la vida y le confiere esperanza en esta tierra y en el más allá. Se confunde el credo religioso con creencias muchas veces infantiles y supersticiosas.

Durante la Edad Media cada individuo se siente miembro integrante de la comunidad a la que pertenece por voluntad divina. Esta concepción genera un fuerte espíritu comunitario que explica el anonimato de los artistas que no se preocupan ni interesan por poner sus nombres en sus creaciones. También permite comprender el espíritu que los animó para emprender la construcción de grandes catedrales, de puentes, la mejor mantención de caminos gracias a cofradías o hermandades que se preocupaban de estos aspectos. "Desde el siglo X, los desfiladeros de los Alpes empezaron a poblarse de hospicios para recoger y auxiliar a los caminantes que atravesaban aquellos parajes inhospitalarios; primero el de San Bernardo, fundado en 962 por San Bernardo de Mentón; después, en el siglo XIII, el del Simplón, sostenido por los hospitalarios de San Juan; más tarde numerosos conventos en el Brenero, con dobles monasterios de religiosos y de monjas para acoger a los hombre y a las mujeres, respectivamente; finalmente el hospicio fundado por el santo obispo Gotardo de Hildeshein, en el Mont Evelin, que pasó después a llamarse el monte de San Gotardo.

La asistencia de los pobres y enfermos fue, en los primeros siglos de la Edad Media obra casi exclusiva de los obispos y de los monasterios. En ningún monasterio, en ninguna ciudad episcopal, faltaba el hospital para los extranjeros, los enfermos y los necesitados. En algunos monasterios se dedicaba a esa obra caritativa las rentas de todo un señorío de los que la casa monástica poseía. Al atardecer, cuando las tinieblas y la soledad hacían los caminos intransitables y peligrosos, muchedumbres de peregrinos y forasteros afluían al monasterio más inmediato."

4.2.1 LA IGLESIA
En el mundo medieval se define la organización de las comunidades cristianas.
La palabra iglesia, de origen griego, significa simplemente reunión, asamblea; servía para designar a los grupos de personas que se reunían en torno a las enseñanzas de Jesús. Posteriormente se aplicó a la institución que agrupaba a esos creyentes. Según narran los Hechos de los Apóstoles, primitivamente la comunidad de cristianos se organizó en torno al apóstol que la había convertido al cristianismo; era regida por un Consejo de Ancianos, los presbíteros en griego, entre los cuales se elegía un obispo (del griego episcopos, inspector) que servía de guía espiritual en ausencia del apóstol fundador. Sus asistentes se llamaban diáconos. Esta estructura dio origen a las Órdenes Sacerdotales que constituyen una jerarquía dentro de la Iglesia, Comunidad de fieles. En los siglos IV y V la Iglesia distinguió entre órdenes mayores (episcopado, presbiterado y diaconado) y órdenes menores (acolitado, exorcistado, lectorado y ostiariado).

Los fieles se organizaron en parroquias que, a medida que se propagó el cristia-nismo configuraron exarquías o provincias; a la más importante se le dio el nombre de metrópoli ('ciudad madre') y al obispo que la regía, metropolitano. Cuando surgía algún problema dentro de la provincia, se celebraban reuniones a las que se llamaba, como hasta el día de hoy, sínodos. Desde los primeros tiempos se reconoció la primacía de Roma sobre todas las otras exarquías y metrópolis, por haber sido sede de Pedro, el Príncipe de los Apóstoles. Sólo entre el 590 y el 604 se confirma oficial y explícitamente la primacía del obispo de Roma que desde mediados del siglo IV recibía el nombre de Papa (Padre). Se le definió como el primero entre todos los obispos y juez supremo en asuntos religiosos, dogmáticos y disciplinarios.

A esta organización de hombres consagrados a Dios y al beneficio de la comunidad, y que vivía en contacto con el mundo, con la sociedad, se la denominó secular (propia del siglo). Paralela a esta existía otra organización a la que se denomina regular, por cuanto sus integrantes vivían sometidos a una regla, a un modo de vida particular determinado desde los primeros tiempos de la Iglesia.

Hubo hombres que se sintieron llamados a la oración y al recogimiento, aislados del mundo. Primero vivieron como ermitaños ('quienes viven en la soledad), anacoretas (los que viven retirados), ascetas (continentes, los que prometen castidad permanente y renuncian a los bienes materiales) en lugares de difícil acceso. Posteriormente se reúnen en torno a un maestro y guía espiritual.
Uno de los más famosos por sus tentaciones y sacrificios, fue San Antonio Abad (251-356), considerado el patriarca del monacato. Otro nombre que debemos destacar por su trascendencia es el de San Benito de Nursia (480-h.547) quien elaboró la principal Regla para el monaquismo occidental. En el año 529 fundó el monasterio de Montecasino poderoso centro de espiritualidad donde se practicaba meditación y penitencia, se hacía oración en común, lectura de textos sacros, trabajo manual artesanal y agrícola, estudio intelectual. La orden benedictina mantendrá a lo largo de los caminos posadas para recibir a los peregrinos, a los perseguidos y también a quienes quisieran dedicar tiempo al estudio en sus bibliotecas. Adscrito a monasterios benedictinos vivió Gonzalo Berceo y tradujo algunos e los manuscritos que en ellos se encontraban. En la hospedería de otro monasterio benedictino, San Pedro de Cardeña aguardaron las mujeres del Cid y su compañía el triunfo de sus esposos.

4.3 APORTE CULTURAL DE MOROS Y JUDÍOS
Si consideramos que al mundo latino vivía una fuerte decadencia, no nos puede extrañar que la rica cultura tradicional de los judíos y la cultura que los musulmanes elaboraban pacientemente ejerciera profunda huella en la península, una vez que se consolidó el dominio de la dinastía Abd-al-Rahman, descendiente de los Omeya a partir del siglo X aproximadamente. En el año 929, Abd-al-Rahman III logró la unidad andalusí y se proclamó califa. Córdoba llegó a ser la más próspera ciudad de occidente durante más o menos un siglo: próspera agricultura, floreciente artesanía y gran movimiento comercial atraía a todos los habitantes del mundo mediterráneo. Mantuvo buenas relaciones con los reinos hispano cristianos, con el emperador alemán Oto I y con el monarca francés Hugo Capeto.
Esta situación de paz, permitió que floreciera una cultura de alto nivel, en la que participaron tanto los musulmanes como los judíos. Córdoba y las capitales de los reinos de taifas se convirtieron en centros difusores de las ciencias, las artes y la cultura.

Se crearon dos formas poéticas que innovaron la métrica clásica árabe: las muwassahas que enmarcaban una jarcha y el zéjel, canto de poetas populares que influirá notablemente en el desarrollo de la poesía occitánica.

Ibn Hazm escribió una obra fundamental para la evolución de la literatura amorosa: El collar de la Paloma.
En ella se desarrolla una teoría amorosa de carácter místico y que conocemos con el nombre de amor sufí o udrí que dará origen a la teoría del amour courtois que desarrollarán primero los poetas provenzales y luego toda Europa: en Alemania los minnesänger, en Italia, el dolce stil nuovo, en España los poetas cortesanos.

En astronomía los intelectuales andalusíes sirvieron como intermediarios para la transmisión de estos conocimientos, que había tenido temprana cuna en el oriente, a occidente. Las Tablas Astronómicas de Azarquiel se incorporarán en la obra de Alfonso X, el Sabio.

La medicina alcanzó un gran desarrollo entre los judíos. En la corte de Abderraman III (912-961) se destacó Hasdai ben Shaprut (915-963), políglota, médico, diplomático y poeta. Como Primer Ministro favoreció la entrada en España de los estudios talmúdicos al acoger en Córdoba (984) a los rabinos de Sura, Moisés ben Hanoch y a su hijo.

Menajem ben Saruc (910-970), nacido en Tortosa se avecindó en Córdoba y fue el iniciador de estudios gramaticales; compuso un diccionario completo del hebreo bíblico precedido de una introducción que establece reglas de gramática hebrea con el título Majberet. Un detractor de su teoría fue Dunach ben Labrat, aunque nacido en Bagdag, se avecindó también en Córdoba, adonde posteriormente emigró Abú Zacariyá Jayull (940-1010). Se formó así una verdadera escuela lexicográfica y gramatical.

En Granada destaca Samuel ben Nagrela (993-1056), discípulo de Abú Zacariya y de la escuela fundada por Moisés ben Hanoch. Matemático y astrónomo fue secretario y ministro del rey Aben Habbus.

Entre los notables poetas judíos sefarditas se pueden mencionar los nombres del neoplatónico Salomón Ibn Gabirol, llamado Avicebrón (Málaga hacia 1020 - Valencia, 1057), de Jehudá Haleví (1075-1161) y de Moshé Ibn Ezra (Granada 1060-1139).

Un nombre especialmente relevante es el de Maimónides (Moisés Bn Maymuni (1135-1204). Nació en Córdoba, recibió esmerada educación. Cuando los almohades se apoderaron de Córdoba en 1148 se produjo un período de fuerte intolerancia contra cristianos y judíos a los que se les exigió convertirse al islamismo. Maimónides y su familia prefirieron emigrar; se establecieron en Egipto donde Maimónides murió.

4.4 EL CONOCIMIENTO MEDIEVAL
4.4.1 LAS ESCUELAS MEDIEVALES
Recordemos que, paralela a la estructura feudal, se desarrollan los monasterios al frente de los cuales se encontraba un abad. Los monasterios se regían por un derecho dife-rente al civil -derecho eclesiástico- y por lo tanto gozaban de cierta independencia y de ciertos fueros que todos respetaban. Numerosas poblaciones medievales, esencialmente agrícolas, surgieron en torno a un monasterio o en torno a una corte feudal.
En una época en que domina la actividad bélica y el prestigio del héroe pocos son los nobles que se interesan por los estudios: el ámbito propio del estudio y la contemplación parecía ser el silencio de la celda, o del claustro, o de la biblioteca del monasterio. El método propio de la cultura monástica era el soliloquio, la contemplación y la oración. Los monas-terios, especialmente los benedictinos abrieron escuelas que se conocen como escuelas monásticas. San Isidoro de Sevilla (+636), Beda el Venerable (673-735), grandes difusores de la cultura latina, se preocupan de que esta no se perdiera en medio de las guerras e incertidumbre política y económica. Organizaron escuelas monásticas. En la de York se formó Alcuino (730-806) a quien Carlomagno, deseoso de contar con funcionarios y dignatarios eclesiásticos cultos, encargó la escuela de palacio.

Sobre la base de las escuelas monásticas, Carlomagno en una capitular de 789 ordenó que se crearan escuelas no sólo en los monasterios sino en cada obispado, las escuelas urbanas, algunas de las cuales hacia el siglo XIII dieron origen a las universidades, como sucedió con las escuelas parisienses que constituyeron la base de la Universidad de París.

Cada una de estas escuelas respondió a un contexto sociológico determinado que impuso no sólo su estructura socio económica, sino también el modo de concebir al hombre y su relación con el conocimiento y la verdad. Si en el monasterio se accedió al conocimiento a través de la meditación y la contemplación, muy diferente fue el método de las escuelas urbanas, llamadas también catedrales o capitulares, en las que el Magister, si bien leía su lección, sus planteamientos solían ser analizados y discutidos por sus discípulos. Se desarrolló, en estas condiciones, un método dialéctico, argumentativo, activo. Esto explica los enfrentamientos de filósofos y pensadores como sucedió con el monje san Bernardo y el maestro parisino Abelardo, por ejemplo.

Comparemos dos estilos para enfrentar una misma cuestión teológica: la existencia de Dios, San Anselmo escribe: "Concédeme, Señor, en la medida que lo juzgues bueno, la comprensión de que tú existes, así como lo creemos, y de que tú eres tal como nosotros creemos". Santo Tomas, maestro universitario comienza así su argumentación: "Parece que Dios no existe…" (Citado por Jeauneau, Eduard, La Filosofía medieval, Buenos Aires, Eudeba, 1965, p. 19).

El siglo XIII es el siglo de las grandes síntesis doctrinales.
Representa los albores de una nueva forma de pensar, determinado por la influencia de la filosofía árabe, unida a otros factores culturales significativos: la fundación de las universidades, la creación de las órdenes mendicantes, el descubrimiento y valoración de las obras de Aristóteles.

No sólo significó cambios culturales. Fue también el siglo en el que el comercio empieza a cobrar nuevo auge y gracias a él, algunas ciudades incrementaron su fuerza y su riqueza. Organizados sus habitantes en cofradías, adquirieron fueros y se independizaron en alguna medida de los señores feudales. Así como los oficios se unen en corporaciones, la gente de estudio también se organiza para defender sus privilegios y sus derechos; paulatinamente, como consecuencia, las escuelas capitulares se fueron convirtiendo en instituciones independientes de la iglesia y del señor feudal. Nació una nueva institución: la Universidad. En 1215 se aprueban los estatutos de la Universidad de París.

Esta nueva institución requiere una mentalidad igualmente nueva. Santo Domingo (1170-1221) funda la orden de los hermanos predicadores y San Francisco de Asís (1182-1226) la de los hermanos menores, Órdenes mendicantes se las llamó, y estaban consti-tuidas por hombres no sólo preparados intelectualmente, sino que eran a la vez profundos conocedores del mundo gracias a su permanente contacto con los problemas de la sociedad contingente. De las órdenes dominica y franciscana saldrían los nuevos maestros univer-sitarios.

4.4.2 CENTROS CULTURALES
Durante la Edad Media hubo ciudades y períodos de gran florecimiento artístico y cultural que debemos mencionar porque son preparaciones intelectuales sin las cuales no habría podido producirse el Renacimiento de los siglos XIV y XV.

4.4.2.1 Sevilla
Uno de los más antiguos centros culturales fue Sevilla, capital de Andalucía, a 10 m de altitud y a 541 km. de Madrid. Fue fundada por los turdetanos en la fértil llanura de la margen izquierda del Guadalquivir, que rodea la ciudad con su amplio meandro en su tramo navegable. En esta zona los romanos establecieron la colonia de Hispalis, y al río lo llamaron Betis. Convertida en partido judicial romano fue rodeada de murallas de las que, en la actualidad, se conservan algunos restos.

En el año 411 cayó en manos de los vándalos y más tarde, en las de los visigodos, quienes durante más de un siglo mantuvieron importantes pugnas entre los cristianos y los arrianos. Hacia el año 537 Sevilla fue escenario del enfrentamiento entre el príncipe cristiano Hermenegildo y su padre Leovigildo, arriano, la victoria de éste determinó que la ciudad quedara bajo su influencia.

En el año 711 fue conquistada por los árabes, quienes la llaman Ibila, de donde procede su actual nombre.
Durante esta época estuvo dominada por diversas dinastías y todas ellas contribuyeron a acrecentar su riqueza cultural y su fama se extendió, hasta rivalizar, durante algún tiempo, con el Califato de Córdoba. La caída del Califato, en el año 1013, provocó la aparición de los reinos de taifas, uno de los cuales tuvo su sede en Sevilla.

Fernando III el Santo conquistó definitivamente la ciudad en el año 1248 y fijó en ella su Corte. Fue ciudad leal al rey don Alfonso que en ella creó una de las Escuelas de Traductores.

El descubrimiento de América situó de nuevo a la ciudad en primer plano, sobre todo durante el reinado de Felipe II, al convertirse en el más importante puerto de España que monopolizó el comercio de Ultramar.

Una de las figuras más preclaras del saber medieval fue la del teólogo San Isidoro de Sevilla, (570-636), que fue obispo de Sevilla. Es una figura señera en la historia medieval, pues su vida se desarrolla en el momento en que se desintegra el mundo romano. Combatió eficazmente el arrianismo, y presidió los concilios de Sevilla (619) y de Toledo (636).

La influencia de San Isidoro en la cultura occidental ha sido extraordinaria por todo el acervo de conocimientos que transmitió a la posteridad, de allí que su mayor mérito radica en sus numerosos escritos de temas muy variados, entre los que destacan los referentes a teología (De ordine creaturarum, De natura rerum), a filosofía (Libri sententiarum, Differentiarum libri duo), a historia (Historia de regibus gotorum, wandalorum et suevorum, Chronicon) y otros de carácter enciclopédico (Originum sive etymologiarum libri XX). Las Etimologías es su gran obra, y sus 20 libros abarcan todo el saber medieval: artes liberales y teología, ciencias naturales y derecho romano, gramática alimentación, instrumentos domésticos y rústicos. Este saber se presenta bajo la forma de definiciones y se apoya en una concepción del lenguaje que supone una relación bastante inmediata entre las palabras y las cosas.

4.4.2.2 Escuela de York
York, Ciudad del Reino Unido, situada en el NE de Inglaterra y perteneciente al condado de Yorkshire del Norte. Está ubicada en el valle del mismo nombre, que constituye la vía natural de comunicación entre Inglaterra y Escocia, lo que explica su importancia como nudo ferroviario y de carreteras. Durante la dominación romana destacó como ciudad cabecera de la Britania, y tras la conquista de la isla por los anglos fue capital del reino de Northumbria.
Se convirtió en obispado a partir del siglo VI, para pasar más tarde a ser sede arzobispal y rivalizar con Canterbury.
En el ámbito cultural York alcanza un lugar preponderante entre las ciudades britá-nicas, por cuanto en ella se desarrollan escuelas de enseñanza que pronto adquirieron fama en toda Europa, gracias principalmente a la figura de Alcuino de York, religioso, filósofo y pedagogo que gozó de la confianza del emperador Carlomagno. Durante la Edad Media se consolidó como la segunda ciudad del reino, gracias a su condición de centro del comercio agrícola y al desarrollo de la artesanía rural.

Los daneses conquistaron la ciudad en el siglo IX y le impusieron el nombre de Jorvik, del cual proviene su denominación actual. En años posteriores se destacó por su resistencia frente a los invasores normandos, que la devastaron a finales del siglo XI.

Su esplendor histórico le ha permitido disponer de un rico legado cultural, como se comprueba en los abundantes vestigios de su pujanza de antaño que se conservan en el centro histórico de York, entre los que destacan la muralla medieval, construida en el siglo XIV y una de las mejor preservadas de Europa, y la catedral de San Pedro (Minster), gran obra maestra del gótico inglés. También merecen ser citadas la abadía de Santa María (Saint Mary's Abbey), la iglesia de Santa Elena (Saint Helen's Church) y la torre de Clifford (Clifford's Tower), además de otros monumentos civiles y religiosos. Entre sus personajes notables debemos destacar al Venerable San Beda, (673-735), escritor inglés, doctor de la Iglesia y santo. Natural de Jarrow, profesó como monje en el monasterio de San Pablo en la misma ciudad. Es uno de los principales representantes de la cultura céltica de los monasterios irlandeses y uno de los más destacados eruditos de la Alta Edad Media. En su obra De natura rerum, muestra sus conocimientos de matemáticas y de las ciencias físicas, ampliamente inspirado en Plinio y San Isidoro de Sevilla. En De tempo-ribus y De ratione temporum trata de las divisiones del tiempo y de la edad del mundo. Beda es un maestro, que entregó lo mejor de sí mismo en pro de la tradición. También escribió Historia ecclesiastica gentis anglorum, De arte métrica, y De orthographia

4.4.2.3 El Renacimiento Carolingio
Alcuino el religioso erudito anglosajón, también conocido como Albinus Flaccus, formado en la tradición de York, como lo habíamos señalado anteriormente es el organi-zador del gran renacimiento carolingio.

Carlomagno lo llamó a su corte para reorganizar los estudios en el imperio caro-lingio.
Dirigió la Schola Palatina, a la que asistieron el emperador y sus hijos, y que luego se convertiría en el centro del renacimiento cultural de Europa.

Su actividad se desarrolló sobre todo en el campo pedagógico, elaborando manuales para la enseñanza, de los cuales han llegado hasta nosotros: Grammatica, De orthographia, Dialectica, Dialogus de rethorica et virtutibus. A la filosofía interesan de manera especial: De sanctae et individuae Trinitatis, De animae ratione (quizás el libro más original de Alcuino, pues en él se bosqueja una teoría de la sensación fundada en el sujeto que siente), De virtutibus et vitiis.

De singular importancia es su revisión comentada de la Biblia (Biblia Alcuini o Caroli Magni), que fue reconocida como texto de base durante más de tres siglos. El rico Epistolario que de él se conserva demuestra la amplitud de intereses de este sabio y es de incalculable valor histórico.

El gran mérito de Alcuino fue el haber conservado los valores de la cultura y haberlos difundido. Así, por ejemplo, la concepción de las siete artes liberales la tomó de un retórico del siglo V, Marciano Cappella, conservando así la formación clásica que asumirán poste-riores estudiosos.

4.4.2.4 Córdoba y Al Andalus
Entre los siglos IX y XIII, Córdoba con un millón de habitantes, era la más grande ciudad de Europa; centro y vanguardia de la cultura por cuanto en ella se desarrolló una interesante síntesis entre el saber de Oriente y el de Occidente gracias a la convivencia de tres culturas: musulmana, judía y cristiana, con base grecorromana.

Averroes, Ibn al Arabí, Maimónides y Alfonso X el Sabio son nombres que perma-necerán culturalmente hermanados en Al Andalus. Estos hombres genialmente saben unir la fe, el respeto a otras creencias y el conocimiento humano más elevado. Escuchémoslos y admiremos la similitud de su pensamiento, más allá del velo de las creencias religiosas.

Averroes, Abu-l-Walid Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rusd, (1126-1198). Nació en Córdoba y fue discípulo de Abentofail, eminente filósofo árabe. Fue juez en Sevilla y en Córdoba, pero sus interpretaciones filosóficas del dogma islámico, en las que trataba de conciliar la filosofía con el dogma, parecieron heréticas, por lo cual fue deportado y falleció en Marruecos.

Sus comentarios sobre las obras de Aristóteles influyeron considerablemente en los escolásticos, si bien no aceptaron plenamente sus postulados que suponían el mundo creado desde toda la eternidad: lo creado ha surgido como emanación del primer principio creador, lo que implica la eternidad de la materia en la que existen virtualmente las formas que de ella extrae Dios.
"Hoy, como siempre, nuestra filosofía no serviría de nada si no supiera enlazar estas tres cosas que he tratado de unir en mi libro la 'Armonía entre la ciencia y la religión'.
Una ciencia, fundada en la experiencia y en la lógica, necesaria para descubrir las causas de los fenómenos.
Una sabiduría, que reflexione sobre los fines de toda búsqueda científica, para que esta contribuya a hacer nuestra vida más hermosa.
Y una revelación, la de nuestro Corán. Ya que únicamente mediante la revelación, podremos conocer los fines últimos de nuestra vida y de nuestra historia.
[...] Las mujeres tienen los mismos fines últimos que los hombres. El Corán no distingue más que entre aquellos hombres y mujeres que buscan la ley de Dios y aquellos que no se preocupan de ella. No hay ninguna otra jerarquía entre los seres humanos. Sin embargo, vosotros los hombres, consideráis a las mujeres como plantas a las que no se las busca más que por sus frutos, para la procreación; las convertís en cosa aparte, en sirvientas. Estas son vuestras costumbres y no tienen nada que ver con el Islam.

[...] El Profeta nos ha enseñado que no hay guerra más santa que el decir la verdad a un dirigente injusto. El tirano es el más esclavo de los hombres, es entregado a sus pasiones por sus mismos cortesanos y a sus terrores por miedo a su propio pueblo". Maimónides, Abu 'Imram Musa bn Ubayd Allah, (1135-1204), nació también en Córdoba, aunque en 1148, cuando lo almohades invadieron Al-Andalus, debió emigrar junto con su familia y se radicó en Egipto donde falleció. Su obra más difundida es su Guía de indecisos (escrita en árabe; también se ha traducido el título como Guía de perplejos), dirigida a "los pensadores a quienes sus estudios han llevado a chocar con la religión". Es un intento para armonizar la fe con la razón. Su pensamiento sintetiza la posición aristotélica y la neoplatónica.

Influido por el neoplatonismo o porque quiere subrayar el carácter trascendente de Dios, o por seguir la tradición (cábala) hebrea, se inclina a una concepción negativa de Dios, basada en una ordenación jerárquica de esferas o inteligencias inmortales e inmateriales que median entre Dios y lo creado. "En todo lo que ha dicho sobre las ciencias terrenales, Aristóteles continúa siendo nuestro maestro, pero si vamos más allá todas sus ideas nos parecen más que otra cosa, simples conjeturas. Si para Ibn Rush, el Libro Santo no es nuestra Torah, sino el Corán, los dos estamos de acuerdo en las relaciones que existen entre razón y revelación. Ambas son manifestaciones de la única verdad divina.
Sólo habrá contradicción si nos atenemos a una lectura literal de las Escrituras, olvi-dando su significación eterna.
Yo he dado en mi "Guía para los perplejos" las reglas de esta lectura ale-górica, que tiene en cuenta los datos de la historia.
Nuestros problemas históricos deben resolverse a partir de los principios eternos; porque no existe ninguna oposición entre lo absoluto y la historia.
Estos principios eternos, mi experiencia de jurista me ha enseñado que sólo se reducen a cuatro. Y así los encontraréis en mi comentario a la Misna, nuestra tradición judía.

Primero. El individuo sólo puede desarrollarse en una sociedad sana en la que los deberes se consideren antes que los derechos.
Segundo. La finalidad de toda sociedad fiel a Dios, debe ser el desarrollo del hombre, no de la riqueza. El hombre progresa cuando desarrolla el razona-miento en toda su plenitud, un razonamiento que tiene conciencia de sus límites y postulados. La razón así practicada testimonia la presencia de Dios en el hombre.
Tercero. La razón del hombre no es más que una participación en la razón de Dios que nos sobrepasa infinitamente. Y sólo puede hacerse efectiva si aceptamos y acogemos la profecía bíblica. Y cuarto. Cada nuevo ciclo de la historia sólo comienza cuando un profeta, como Moisés, desciende hasta el pueblo para proponerle nuevas leyes.

Por qué estos vanos pensamientos entre los pueblos; porque los reyes de la tierra se sublevan contra el Eterno y contra su Ungido. Rompamos sus ligaduras, librémonos de sus cadenas. Alfonso X el Sabio (1221-1284), nació en Toledo un 22 de noviembre. Participó activamente en la guerra de reconquista; en 1248 participa en el cerco y conquista de Sevilla. En 1252 fue proclamado Rey de Castilla. Tiene conciencia de reinar sobre tres culturas y pretende lograr un enriquecimiento cultural mediante la síntesis de todo el conocimiento antiguo. Así se le presenta en la Torre de Calahorra:

No soy más que la sombra de un rey al que llamaban en otro tiempo Alfonso X el Sabio, pero el Papa y mis propios vasallos me depusieron en 1282. Quizás mis sueños tenían demasiada grandeza para aquel siglo. Sin embargo, estábamos al borde de un gran despertar. Yo había tenido la suerte, en mi juventud, de ser educado en Toledo, donde el Obispo Raimundo y sus traductores cristianos y judíos me habían iniciado en la cultura del Islam. Hice traducir al latín el Corán y el Talmud.
Ved lo que fue el acto más glorioso de mi reinado: crear en Murcia, con el filósofo musulmán Mohammed Al-Riquti, la primera escuela del mundo, donde eran instruidos a la vez cristianos, judíos y musulmanes.[...]. En Sevilla exigí que se enseñasen las dos lenguas de cultura de mi tiempo: el árabe y el latín.
En mis leyes, al igual que en mis oraciones, jamás olvidé que los incrédulos son de la misma sangre y naturaleza que nosotros.
Mis juristas pueden con orgullo leeros mis códigos: Dado que la Sinagoga es casa donde se glorifica el nombre del Señor, impidamos que ningún cristiano tenga la audacia de destruirla ni de llevarse nada de ella, ni de tomar cosa alguna por la fuerza.
Y con respecto a los musulmanes: "Dejad a los moros vivir entre los cris-tianos conservando su fe y no insultando a la nuestra".
Sí, en mi reinado, mediante el esfuerzo de los sabios de nuestras tres reli-giones, nuestra España del siglo XIII convocaba a toda Europa a un auténtico renacimiento, el que podía hacerse no contra Dios, sino con Dios. En sus Cantigas de Santa María, compuestas en gallego, utiliza una forma métrica derivada del zéjel creado por Ben Cuzmán, el Cabrí.

4.4.2.5 Cluny
En el año 910, Guillermo, duque de Aquitania, sintiéndose viejo y sin hijos que lo heredaran, decidió fundar en sus dominios, un monasterio donde se recordara su nombre. Pidió al abad Bernon que eligiera las mejores tierras para ese fin. Consciente del avance del feudalismo y de la ambición de los hombres, en su testamento especificó explícitamente: "Por Dios y por todos los santos y bajo la terrible amenaza del último juicio, ruego y suplico y conjuro que ningún príncipe secular, ni conde, ni obispo, ni el mismo Pontífice de la Iglesia romana venda, disminuya o dé a título de beneficio nada de lo que pertenece a estos servidores de Dios, ni permita que se ponga sobre ellos un jefe contra su voluntad." Así resguardaba la libertad político administrativa para su fundación. Esto significó que ese monasterio benedictino gozara de un privilegio de exención que le permitía depender directamente del papado sin injerencias episcopales o feudales. En el 931, el papa Juan XI permitió a la orden incluir bajo su jurisdicción a todas las abadías en las que se adoptara la reforma cluniacense.

Durante dos siglos Cluny fue un gran foco de religiosidad y arte, gracias a los excelentes abades que la dirigieron. Se volvió a la pureza de la regla benedictina mediante la reintegración de la clásica trilogía monástica: silencio, oración y trabajo.

Hubo un cambio importante: el trabajo del campo lo realizaban los colonos, por lo tanto los cluniacenses no fueron agricultores; el trabajo manual se reemplazó por artesanía y fuerte trabajo intelectual: salmodia, lectura y estudio ocupaban la tercera parte del día. La oración litúrgica alcanzó gran solemnidad y realce gracias al desarrollo del canto gregoriano y de la solemnidad que supieron dar a las ceremonias litúrgicas. Igualmente se preocuparon de la belleza de sus templos y del decorado de los altares. Desde Cluny se impuso un espíritu de renovación que movió a toda la cristiandad. "Desde los primeros tiempos, numerosos monasterios franceses adoptaron las ideas de la reforma cluniacense.
Italia misma y hasta Roma empezaron a girar en la órbita de Cluny, y, al morir San Odón dejaba un ejército de discípulos animados de su mismo espíritu impetuoso y fuerte."

El monasterio de Cluny se convirtió rápidamente en el gran centro difusor de arte y cultura y logró gran expansión. Gracias a sus monasterios el arte románico se difundió por todo el mundo cristiano europeo.

Cluny enseñó al mundo medieval orden y equilibrio, armonía de vidas entregadas al servicio y en busca del bien común. En medio de un tumultuoso caos de guerras y saqueos, cada monasterio era un "oasis de paz, un modelo de organización y de orden. El mundo medieval comprendió aquel orden y este término empezó a aplicarse por primera vez a un cuerpo moral, bella y armoniosamente dispuesto, y así se dijo Ordo cluniacensis. La idea de orden se impuso a los pueblos, y con ella el concepto de fraternidad cristiana. [...]

La ciencia debe también a Cluny días brillantes, pues aunque los clunia-censes, fueron hombres de acción, [...] su obra de pacificación y reforma preparó aquel hermoso renacimiento del siglo XI. Pero son las artes, las que ganaron en aquel movimiento renovador que salía de la abadía borgoñona. Cluny amó las artes porque vio en ellas el mejor medio de embellecer el culto litúrgico.

El canto eclesiástico quedó enriquecido y perfeccionado por sus músicos, y gracias a su iniciativa surgieron por todas partes iglesias magníficamente cons-truidas y decoradas. El arte más genuinamente cristiano y religioso, el que mejor representa el espíritu medieval, espíritu de mesura y equilibrio, el arte románico, se ha llamado también, arte cluniacense, porque si no es creación de Cluny, en Cluny alcanza uno de sus mejores momentos y a Cluny debe su prodigiosa propa-gación."

A partir del siglo XIV, cumplida su misión en el avance cultural del mundo medieval, empezó una rápida decadencia de la orden de Cluny, hasta que fue suprimida en 1790. 4.4.2.6 Císter
El 24 de marzo de 1098, un abad de la abadía cluniacense de Molesmes, Roberto, amante de la pobreza, fundó en Citeaux, cerca de Dijon, una orden cuya finalidad era restablecer la austeridad primitiva de la regla de San Benito, sobre la base de soledad absoluta, trabajo manual, pobreza en el vestido y en la comida, renuncia a toda donación de tierras que no pudiera ser cultivada por los propios monjes, a toda actividad exterior y a todo ministerio eclesiástico. Era un modo de reaccionar contra el espíritu de Cluny, aristocrático e intelectualista. Los abades San Alberico y San Esteban Harding continúan con ese espíritu de reforma. Sin embargo se requiere un refuerzo.
Bernardo de Clairvaux o Claraval (1091-1153), reúne a treinta caballeros borgoñones y se presenta ante el abad, solicitando ser aceptados. La palabra de Bernardo es irresistible y llegan muchos novicios procedentes de los palacios, de las universidades nacientes. Incluso hay obispos que solicitan su ingreso. Entre 1113 y 1115 se inicia una trascendental reforma religiosa y cultural, incluso militar, en cuanto Bernardo es el propiciador de la creación de órdenes caballerescas. Se impone un nuevo espíritu que significará un gran cambio para toda la Europa medieval. Basta recordar que con la reforma cisterciense alcanzará gran auge el arte gótico. A la muerte de Bernardo, se habían fundado 343 abadías en parajes solitarios, agrestes, agradables y cercanos al agua. Todas las abadías conservaban, a diferencia del centralismo de Cluny, su autonomía: La autoridad suprema residía en el capítulo de todos los abades.

4.5 ESCUELAS DE TRADUCTORES
Los árabes al invadir con su guerra santa algunas zonas europeas, en donde impu-sieron su visión religiosa, también aportaron al mundo occidental la sabiduría oriental y griega. Consigo trajeron las obras de Aristóteles, Euclides, Tolomeo, Hipócrates, Galeno.

Los comentadores árabes, entre los que destaca Avicena (980-1037), introdujeron en occidente el pensamiento de Aristóteles. Tal vez la figura que más influyó en el pensamiento de la Europa medieval fue la del mahometano cordobés Ben Roxd, llamado en Occidente Averroes (1126-1198) quien fue el gran difusor de la lógica aristotélica

Los filósofos judíos Ibn Gebirol (1021-1058), conocido como Avicebrón y Moisés ben Maimón, Maimónides (1135-1204), autor de Guía de los indecisos, desarrollaron una suma de teología escolástica judía que fusiona el pensamiento de Aristóteles con el neoplatónico; ambos ejercieron gran influencia en Santo Tomás de Aquino (1224? - 1274).

En Palermo, Federico II con una cancillería trilingüe (griega, latina, árabe) favorece un primer renacimiento italiano y en Toledo, bajo la protección del arzobispo Raimundo (1125-1151), florece una escuela de traductores, tanto más necesaria cuanto ya no se entiende el griego y el mismo latín ha entrado en un proceso de evolución que dará origen a las diferenciaciones que culminarán en las lenguas romances modernas.
No resulta extraño, entonces que no sólo se traduzcan manuscritos orientales, también textos latinos requieren ser vertidos a las nuevas lenguas que alcanza reconocimiento oficial en el siglo XIII.

La convivencia de cristianos, musulmanes y judíos determinó que en la península ibérica se desarrollara desde muy temprano -pese a la situación de permanente guerra santa contra los infieles y de estos contra los otros- una gran cultura entre los siglos X y XIV.

"La mera coexistencia y contraposición de religiosidades y dogmas cris-tianos, judaicos, paganos y mahometanos bastaron para que en el suelo de la península ibérica surgiera en todos los campos un vivísimo interés filosófico. Cuanto más apasionadamente se disputaba sobre las cuestiones últimas y eternas, tanto más urgentemente se precisaba un criterio seguro, transpersonal, un saber de exactitud matemática. Se acudió a Euclides, a Arquímedes y a Ptolomeo, los cuales ya en el siglo VIII, comenzaron a ser traducidos al árabe, y pronto fue con-siderado este idioma en Europa como el idioma de las ciencias exactas. Todavía hoy llamamos a nuestros números "cifras árabes", a pesar de haber sido inven-tados en realidad por los indios y de corresponder a los árabes tan sólo el mérito de habérnoslos trasmitido por escrito. La expresión "cifras árabes" se generaliza en el curso del siglo XIII. El término árabe "sifr" o "cifar", equivalente al indio "sunya" = "el vacío", es decir, el cero, se traduce en el bajo latín por "zefirum".

Las formas románicas "cero", "zero" indican que han sido trasmitidas a través de España, porque en el español la -f- entre vocales se pierde. En suelo español se compusieron también la mayoría de las traducciones al latín de obras matemáticas, científico-naturales, astrológicas y filosóficas escritas en árabe. Esta actividad comienza hacia el siglo XI, alcanza su punto culminante en el XII con la llamada Escuela de traductores de Toledo, y comienza a decaer de nuevo hacia finales del XIII. Si bien es cierto que también se tradujo mucho del árabe en Francia especialmente de Chartres, y en Italia, sobre todo en Sicilia y Nápoles, no obstante fue España el conducto transmisor más rico y preferido. Las condiciones para esta labor eran aquí singularmente favorables: ricas bibliotecas, con textos árabes llenos de la vieja sabiduría de Oriente, grandes señores ecle-siásticos y seglares que promovían la actividad traductora, muchos mozárabes con dos idiomas maternos, judíos políglotos y, finalmente, constantes ocasiones de ejercitarse en el papel de intérprete. No es por eso extraño que en Toledo, recon-quistada en 1085, se reunieran inteligencias despejadas procedentes de todos los países, constituyendo entre sí comunidades de trabajo, de acuerdo con los cometidos confiados por sus elevados favorecedores."

4.6 LOS MANUSCRITOS MEDIEVALES
La cultura medieval se trasmite por vía oral: es tradición que se comunica de boca a oído. Aún no existen los libros. Sólo en las bibliotecas de los conventos hay manuscritos, copiados por monjes con mucha dificultad.
Gonzalo de Berceo, por ejemplo, en su vejez, dice en su Vida de Santa Oria, Virgen:

"Quiero en mi vejez, maguer so ya cansado,
De esta sancta Virgen romanzar su dictado" (2)
Y más adelante agrega:
"Habemos en el prólogo mucho detardado,
Sigamos la estoria, esto es aguisado,
Los días son no grandes; anochecerá privado
Escribir en tiniebra es un mester pesado". (11)

Estos manuscritos se reúnen en códices, algunos de los cuales, relativamente escasos, han llegado hasta nosotros. Recordemos que en el siglo II a.C., Eumenes, rey de Pérgamo, en el Asia Menor perfeccionó el modo de escribir sobre cueros o pieles de animales (terneros, ovejas, vacas), una vez raspados los pelos de la piel, encolados los agujeros, blanqueados con agua de cal y recortados del mismo tamaño. Estas pieles recibieron el nombre de pergamino, en recuerdo de su origen en Pérgamo. Esta circunstancia hacía sumamente escaso el material sobre el cual escribir. Y obligaba muchas veces, cuando el texto no parecía lo suficientemente significativo, a borrar lo escrito anteriormente para proceder a escribir nuevamente sobre el mismo pergamino. Son los palimpsestos (del griego palin 'de nuevo, otra vez' + psáo 'yo rasco' según Corominas).

También los reyes y algunos grandes señores desearon tener, en sus palacios, bibliotecas y nos han legado magníficos manuscritos con ilustraciones trabajadas con oro, que reciben el nombre de iluminaciones. Son verdaderas obras de arte como El Libro de horas del duque de Fleury. Las riqueza de estos códices transforman el libro no en un instrumento transmisor del saber, sino en un objeto de arte y de lujo de larga y costosa elaboración. Copiar libros era uno de los oficios (ministerium>mester) de los clérigos, Por eso se habla del Mester de Clerecía. Escribían, copiaban a mano los libros, con plumas de ganso o con cañas (cálamos) que venían de Egipto o del Asia Menor y cuyas puntas se recortaban y afilaban con una navajita. Generalmente usaban para escribir tinta negra y roja; para pintar los dibujos utilizaban también azul, oro y plata. Para preparar estos colores se utilizaba minio, de donde derivó el nombre de las ilustraciones: miniaturas.

4.7 FILOSOFÍA MEDIEVAL
La filosofía medieval es principalmente una profunda reflexión en torno a los misterios divinos. El hombre no tenía acceso al amplio conocimiento que se abre al hombre actual.
Las fuentes para la reflexión eran relativamente escasas, pero de gran profundidad y amplitud: En primer lugar un libro que todos debían aprender a leer y a interpretar, la Naturaleza, escrito directamente por Dios y que enseña las leyes divinas; en segundo lugar, otro libro, también escrito por Dios a través de los siglos: la Biblia; en tercer lugar, la Tradición contenida en los escritos de los santos Padres de la Iglesia que supieron cristia-nizar el pensamiento antiguo, especialmente el de Aristóteles y el de Platón.

Se llama Padres de la Iglesia a los escritores que en los primeros siglos del cristia-nismo, expusieron la enseñanza de Cristo, confrontándola muchas veces con su propia formación grecolatina. Sus escritos conforman la Patrología en la que por una parte, trasmitieron gran parte del pensamiento antiguo y por otra plantearon problemas para la reflexión filosófica y metafísica medieval.

El más conocido es San Agustín (354-430), el brillante retórico latino, maniqueo y buen gozador de la vida en su juventud; se dejó conquistar por el neoplatonismo cristiano y llegó, en el 396, a ser obispo de Hipona hasta su muerte.

Su conversión en cristiano, monje y obispo no le significó desconocer ni olvidar los valores culturales a los que, en gran medida había consagrado su vida: en sus escritos se combinan armónicamente cristianizadas la elocuencia y la sabiduría grecolatinas. Su obra, vastamente conocida en la Edad Media, es para nosotros una muestra enciclopédica de la cultura cristiana de su época. En su vasta obra se destacan, por la influencia que ejercieron y ejercen: Confesiones, Acerca de la Trinidad, La Ciudad de Dios y sus Comentarios sobre los Salmos y el Evangelio de San Juan.

A su nombre debemos agrega otros: San Jerónimo (347-420), S. Gregorio Magno (540-604) y los escritores eclesiásticos como Boecio (h. 470-525), Casiodoro (muerto hacia el 570), San Isidoro de Sevilla (muerto el 636), Beda el Venerable (673-735) y en último término autores profanos como Virgilio, Lucano, Ovidio, los escritos lógicos de Aristóteles.

En la actividad intelectual de unos y otros advertimos diferentes formas culturales que conciben de manera muy disímil el trabajo del espíritu. En los más antiguos el conocimiento se elabora en la soledad y en el silencio de la celda o del claustro, en un silencioso razonamiento consigo mismo que permite escuchar la voz del maestro interno; en los pensadores posteriores, enfrentados en las escuelas, especialmente en la univer-sidades, a alumnos que desean, a través de la discusión agotar una verdad, la exposición del pensamiento se transforma muchas veces en una defensa dialéctica, que, a menudo, puede llegar a resultar escandalosa, como sucederá con Abelardo.

4.8 ARTE MEDIEVAL
Al hablar del arte medieval, necesariamente debemos referirnos en primer lugar a la catedral, por cuanto toda creación tendrá como motivo central a Dios y su culto.
Es así como, en la Baja Edad Media, la catedral pasó a ser un edificio altamente simbólico que se asumió como verdadero eje social, a la vez que, en cuanto empeño comunitaria, era punto de referencia espiritual y física que testimoniaba ante la propia comunidad y los extraños a ella, la capacidad de sus habitantes, sus recursos, su riqueza y su prestigio. Materializó la realidad espiritual de un mundo a la vez que sirvió como espacio sacro en el que el ciudadano liberaba las tensiones cotidianas mediante la fiesta litúrgica, el espacio utilizado para la concentración, el encuentro e incluso el mercado.

4.8.1 ARTE BIZANTINO
El Arte Romano, nacido del etrusco y del griego fue rápidamente eclipsado por el arte bizantino, que se configuró a partir del siglo VI con fuerte influencia del mundo heleno y del primitivo arte cristiano oriental. Debemos mencionarlo, porque desde comienzos del siglo V creó un lenguaje formal artístico que influyó fuertemente en la cultura occidental de la Edad Media. Esta forma artística se consolidó en los siglos XII al XV.

En su arquitectura destaca el empleo sistemático de las bóvedas semiesféricas y la variada decoración de capiteles. Muestras de este arte encontramos en la iglesia de San Vital en Rávena (538-547), la iglesia bizantina de San Marcos en Venecia (1063).

La pintura y los mosaicos bizantinos son especialmente significativos y fijan un estilo iconográfico. Los mosaicos, por una parte, ocultaban la pobreza de los materiales empleados, pero sobre todo eran un medio para expresar el fervor religioso y la adhesión a sus señores. Temas constantes son el Pantocrator (Majestuoso Cristo bendiciendo), el Tetra-morfos (los cuatro evangelistas), la kyriotissa (Trono del Señor: la Virgen sostiene sobre sus piernas al Niño), la Theotokos (Madre de Dios que ofrece al Niño una fruta o una flor), la Déesis (Cristo con la Virgen y San Juan Bautista), la Anastasis (Bajada de Cristo al limbo), Manré (Aparición de los tres ángeles a Abraham, simbolizando la Trinidad).

4.8.2 ARTE HISPANOMUSULMÁN
La desaparición del reino visigodo de Toledo no implicó la extinción de las comuni-dades cristianas y judaicas. Algunos de ellos continuaron viviendo en las tierras ocupadas por los musulmanes y constituyeron las comunidades mozárabes en Toledo, Córdoba, Sevilla, Mérida. Entre las tres culturas se produjo un enriquecedor contacto que las diferenció de las originales. A este arte mozárabe que se cultiva entre los siglos VIII y XV, llamamos hispanomusulmán y se le suele dividir, según la época, en arte emiral (siglo VIII), califal (X), taifa (XI), almorávide (XI-XII), almohade (XII-XIII) y nazarí (XIII-XV).

El califato de Al-Andalus como lo señalábamos anteriormente constituyó un período de gran auge cultural y artístico.
En el período de emirato andalusí se utilizaron como en el resto del califato Omeya, fórmulas y elementos propios del Islam y de las culturas romana, bizantina y visigoda. Se construye la mezquita de Córdoba que llegará a ser el monumento más importante no sólo de España, sino de todo el occidente islámico, con su planta primitiva de once naves dispuestas conforme el modelo de la importante mezquita al-Aqsa de Jerusalén. Sus arquerías, de doble arco superpuesto, es similar al acueducto romano en Mérida. Los gobernantes posteriores fueron ampliando la planta que llegó a contar con diecinueve naves capaces de acoger a los fieles.

En el año 936, el califa Abd al Rajman III, fundó, a pocos kilómetros de Córdoba, Medina al Sahra, ciudad áulica en la que residió. De esta época es la pequeña mezquita del Cristo de la Luz, en Toledo.

En 1172, Abu Yacub Yusuf, califa almohade eligió Sevilla como capital de su imperio y la enriqueció con construcciones como el Alcázar y la Giralda de Sevilla y con ingeniosos sistemas de defensa militar: puertas en recodo que obliga a los potenciales atacantes a dejar uno de sus flancos al descubierto y torres poligonales que desvían el ángulo de tiro. La Torre del Oro fue una fortificación de la ciudad.

A Muhammad I, fundador de la dinastía nazarí y a sus sucesores (1237-1492), debemos la Alhambra, Qalat al Amra (el castillo rojo), y el Generalife, Yannat al-Arif (huerta del arquitecto), admirable síntesis de arquitectura áulica y militar.

El arte hispanomusulmán no se limitó a construcciones. Debemos mencionar las artes suntuarias, los trabajos en bronce, las fábricas de tejidos de seda con motivos vegetales y figurativos geometrizados, la rica y cuidada cerámica, conocida como de "cuerda seca", decoradas con líneas de óxido de manganeso.

4.8.3 ARTE ROMÁNICO
Es la denominación que el arqueólogo de Caumont propuso para el estilo artístico, de carácter esencialmente religioso, que, en los siglos XI, XII y parte del XIII, sintetizó diferentes opciones utilizadas en la temprana Edad Media.
Surgió, en gran medida gracias a la influencia del arte musulmán, en los monasterios benedictinos, sobre todo en los que se construyen, a partir del siglo XI, entre los Pirineos y Santiago de Compostela, donde se produce el intercambio cultural, para luego desarrollarse con plenitud y con características propias, paulatina y casi simultáneamente en Italia, Francia, Alemania y España, con la suficiente unidad como para ser considerado el primer estilo internacional europeo.

Las concepciones del arte románico, guiado por un afán didáctico, se manifestaron en una magnífica arquitectura religiosa. Las iglesias y los monasterios eran los lugares de experimentación de un nuevo concepto de arte: se introduce la idea de equilibrio con perfecta concordancia entre la estructura y la forma. Caracterizó a la arquitectura románica la generación de un espacio de oración recogido, aislado del exterior mediante gruesos muros de gran plasticidad, e iluminado por luz natural. Llama la atención la simplicidad de las líneas que se manifiesta con toda evidencia, en los campanarios cuyas siluetas robustas y severas se unen armoniosamente con el paisaje. Se emplean columnas y molduras robustas, arcos de medio punto, bóvedas de cañón, contrafuertes. Especial importancia adquiere el tímpano. La iglesia románica no fue solo un edificio, para el hombre románico representó un símbolo. La fusión entre lo religioso, lo social y lo simbólico hace difícil distinguir en un edificio románico cuáles son las exigencias técnicas y funcionales de las propiamente simbólicas.

La pintura románica, con fuerte influencia bizantina, tanto sobre tabla como las miniaturas y la mural, siguieron, tanto en técnica como en temática, al arte prerrománico e incluso al paleocristiano. Los templos románicos se decoraron conforme los principios de disposición definidos en el arte bizantino. En la organización de los temas iconográficos, el ábside es el punto culminante de la representación, lugar donde se sitúa la representación del Pantocrator, Dios entronizado, rodeado por una mandorla o almendra mística, sentado sobre el arco iris y rodeado por el Tetramorfos, símbolo de los cuatro evangelistas.

4.8.4 ARTE MUDÉJAR
La influencia musulmana no se limitó al arte desarrollado en los territorios ocupados por los islámicos; irradió a toda España medieval y, entre los siglos XI y XVI, se generó un estilo artístico diferenciado de los anteriores como producto de la convivencia de moros y cristianos, al que llamamos mudéjar que los conquistadores y colonizadores hispanos, a su vez, difundieron en América.

Su arquitectura, propia de la nobleza menor y del pueblo, se caracteriza por el empleo de materiales baratos, de fácil adquisición en las regiones donde se cultiva: ladrillo, madera, argamasa, yeso y cerámica. A los elementos de inspiración islámica, se agregaron modelos de construcción románicos y góticos. Las paredes, ornamentadas con motivos islámicos y góticos, trabajados en yeso, yeso conforman verdaderos tapices decorativos en los palacios y en las iglesias.
A los motivos islámicos, generalmente de trama vegetal, se incorporan las góticas hojas de vid o roble y temas figurados: animales, seres fantásticos o escenas cortesanas. Los artesanos tejieron alfombras, diseñaron muebles, crearon cerámicas para uso doméstico que llegaron a rivalizar con las vajillas de metales preciosos.

La sinagoga del Tránsito en Toledo (1356) constituye una perfecta síntesis de las culturas musulmana, judía y cristiana, al emplear la organización geométrica, los motivos vegetales hispanomusulmanes, la flora gótica toledana y la decoración epigráfica en hebreo.
4.8.5 ARTE GÓTICO
Con esta denominación, utilizada por primera vez en el siglo XVI por el historiador del arte italiano Giorgio Vasari, nos referimos a una forma artística que, según los países y las regiones, se desarrolla desde mediados del siglo XII hasta comienzos del XVI,.

Propio de los godos, significa el término gótico y con el que se quiso, en oposición a la Antigüedad Clásica, definir el arte de la Edad Media, considerado bárbaro, oscuro. Esta actitud hacia el arte medieval se mantuvo hasta las primeras décadas del siglo XIX, cuando el movimiento romántico, gracias al joven Goethe descubre la arrolladora fuerza y originalidad del Gótico. Se sueña con un renacimiento del arte medieval, y se empieza a distinguirlo claramente del románico. El entusiasmo romántico impulsa a restaurar los antiguos edificios medievales, y a establecer un estilo neogótico en arquitectura concebida como imitación de la gótica medieval.

A diferencia del arte románico, que se originó en diferentes centros geográficos, el arte gótico nació en el norte de Francia y desde allí se irradió al resto de Europa. Un hecho histórico, la alianza entre la monarquía francesa y la iglesia se encuentra en su raíz. La Ile de France, dominada por la dinastía de los Capetos fue adquiriendo una estructura monár-quica, apoyada por la formación de una clase dirigente movida por ideales caballerescos y el espíritu cortés. La iglesia, debilitada, se ve fortalecida gracias a la reforma cisterciense propiciada por San Bernardo de Claraval y por la clase dirigente de la abadía de Saint Denis, lugar donde se produce el primer intento de arquitectura gótica, propiciada por el abad Suger, seguidor de San Bernardo de Claraval y consejero de Luis VI.
En la construcción de la planta y en la zona inferior de la cabecera existió una clara intencio-nalidad política, que buscaba manifestar con una expresión original y contundente la primacía del poder real frente al clero cluniacense y a la nobleza feudal.

Este arte, durante mucho tiempo se ha definido, considerando sólo la utilización del arco al que suele llamarse ojival. En verdad nos enfrentamos con una nueva concepción del arte y sobre todo con una nueva concepción del mundo. Definir un espacio que acerque vivencialmente a los fieles a los valores religiosos y simbólicos fue la motivación que conformó el nuevo espacio gótico. Se buscó llenar la catedral de luz física, no figurada en pinturas y mosaicos, luz general y difusa, transfigurada y coloreada mediante el juego de los vitrales, que trasforman el espacio en irreal y simbólico. La luz para ellos se presenta como el elemento más noble, el menos material, una aproximación a la forma pura, y, en ese sentido, la sublimación de la divinidad. El arquitecto gótico organizó una estructura que le permitió, mediante una sabia utilización de la técnica, emplear una luz transfigurada que provoca sensaciones de elevación e ingravidez.

La catedral ha quedado identificada con el espacio del templo gótico, donde se produjo, podríamos decir alquímicamente la desmaterialización de la materia para manifestar el presentimiento humano del mundo sobrenatural. En el interior, los grandes espacios definidos (tanto en altura como en anchura) de las naves centrales y laterales, así como los techos abovedada que cubrían estos espacios, se consigue técnicamente enviando los grandes empujes de estas bóvedas hacia el exterior mediante arbotantes y contrafuertes, dejando, sorprendentemente, libres de elementos de sostén los muros de las naves, que pueden ser horadados con grandes ventanales. Elementos como los arcos apuntados, las bóvedas de crucería, los arbotantes reforzados con pináculos o los contrafuertes, conocidos y utilizados ya en la arquitectura, ahora son empleados conjuntamente para definir un espacio de elevación e ingravidez, simbólico y transfigurado mediante la luz coloreada.

Los empujes producidos por el peso de la bóveda se envían al exterior mediante la concentración de haces de columnillas en los pilares, que dejan libre el paramento e incluso permiten su adelgazamiento, siendo sustituido por grandes ventanales con vitrales para acrecentar el sentido ascendente de la arquitectura.

La belleza y la intención del espacio gótico no puede entenderse sin la luz, elemento que lo condiciona todo. Los vitrales adquieren extraordinaria importancia: tamizan y frag-mentan la luz que penetra en el espacio a través de colores diferentes creando una atmós-fera irreal.
Contribuyen a acentuar la tensión entre la materialidad de los elementos de la construcción y el artificio de su utilización, para lograr crear una sensación de ingravidez y desmaterialización. Sirven también como soporte de una iconografía que, sin relación con los muros y, por tanto, con la materia, permiten el juego simbólico de relacionar la luz con la divinidad.

Gracias a ellos se logra dar esa luz difusa, coloreada e irreal que transforma ese espacio en simbólico. En ellas se representan temas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Ejemplos magistrales son los vitrales de la catedral de Chartres, los de la Sainte Chapelle, donde se representan grandes y estáticas figuras, y los de la catedral de León. La técnica utilizada en la conformación de la vidriera es el teñido de trozos de vidrio realzados en grisalla y unidos mediante tiras de plomo que delimitan las figuras y aíslan los tonos, conservándoles su valor. La composición lo invade todo: se realiza sin perspectiva y con una gran precisión en el dibujo y en la coloración, que es infinita y muy rica, dando como resultado una decoración traslúcida.

En el exterior, la catedral destaca sobre el resto de los edificios de la ciudad por su grandeza, aspecto que caracteriza los núcleos urbanos medievales. Los volúmenes quedan escondidos en juegos infinitos de arbotantes, pináculos, haces de columnas y arcos apun-tados. Las fachadas principales siguen la tradición de la arquitectura normanda, con grandes portadas flanqueadas por torres esquinales, en tanto que la portada sigue la composición tradicional de la románica: se utilizan arquivoltas apuntadas, dinteles, parteluces y tímpanos que, en muchas ocasiones, son sustituidos por rosetones. Se introducen elementos como gabletes, pináculos y un complejo programa escultórico que por su disposición, exube-rancia y combinación, pareciera responder a un crecimiento orgánico casi vegetal.

El nacimiento de la escultura gótica se puede fechar alrededor de 1175, con los relieves dedicados a la Virgen en la catedral de Senlis. En las catedrales de Laon y de Chartres las estatuas columnas se presentan casi como esculturas de bulto redondo adosadas, y contribuyen al sentido ascensional de la arquitectura.

El estilo gótico es un paso hacia la liberación de las artes figurativas. Aunque la escultura, siguió ligada a la arquitectura, en el tratamiento del relieve, se advierte una tendencia a liberarse del marco arquitectónico que no se concebía en el románico.
Tanto pintura como escultura rompen la llamada ley de adecuación al marco, y los relieves se trabajan con aspecto de escultura de bulto redondo adosada al muro y no como las románicas estatuas columnas.

Se advierte preocupación por la naturaleza mortal del Dios Hombre. Cobraron importancia escenas de su vida como La Crucifixión o la Pasión, y el ascetismo románico es reemplazado por la expresión de sentimientos de ternura, de felicidad o de compasión. En la figura de la Virgen, que se concibe como la mediadora entre los hombres y Dios, destaca el tratamiento de sentimientos humanos como dolor, ternura o protección. Se representan con frecuencia historias de la vida de los Santos y la naturaleza sigue estando presente en todas sus manifestaciones. Mucho menos frecuente que en la iconografía románica es la representación de monstruos y de animales fantásticos.

Volumen, movimiento y expresividad caracterizan esta escultura que aparece princi-palmente en las portadas, reproduciendo temas como el Juicio Final, la Coronación de la Virgen o la Vida de los Santos. Los capiteles apenas se utilizan como soporte decorativo, a no ser de motivos vegetales. Los retablos adquieren gran monumentalidad y desarrollo, así como los coros. Por otra parte, el nuevo sentido de la muerte hace que surja una importante escultura funeraria, gran parte de ella alojada en el interior de las catedrales.

La pintura gótica adoptó preferentemente una temática religiosa. La pintura mural perdió importancia, por cuanto en las paredes de los edificios góticos proliferaron los vitrales. Sin embargo, en las cortes se había desarrollado gusto por el lujo y por las obras de arte, lo que significó mayor desarrollo de la orfebrería y las artes suntuarias. Los nobles, deseosos de tener libros en sus bibliotecas, contribuyeron eficazmente al desarrollo e incremento del arte de la miniatura. Basta recordar a modo de ejemplos las realizadas para Alfonso X el Sabio. Surgió el arte del retablo en tabla y de las miniaturas. Las figuras planas e ingrávidas sin referencias a la realidad, símbolos de la realidad natural y donde el mundo sobrenatural se simboliza mediante fondos dorados que la luz hace brillar. Las figuras tratan de crear un espacio simbólico desvinculado del entorno.

El interés por la narración y por el naturalismo en la representación influirá en gran medida en esta miniatura, que se hace cada vez más detallista con gran minuciosidad en las representaciones.
Uno de los ejemplos más destacado es Las ricas horas de Jean de Berry, Libro de las Horas realizado para el duque de Berry.

En Italia se conservó hasta bien entrado el siglo XIII la decoración de mosaico que, sobre todo por la influencia bizantina, tanto se había utilizado en el arte románico. En estos mosaicos se mantuvieron la mayor parte de los logros del arte helenístico, como el modelado de las figuras mediante la luz y la sombra.

El proceso de transformación de la pintura heredada de los bizantinos se inicia con artistas como Cimabue. Pero la fuerza de la tradición era grande y sólo una figura de la talla de Giotto es capaz de producir la ruptura. Este artista es el verdadero introductor de la pintura moderna: con él se inicia el Renacimiento y una nueva valoración y consideración del Arte y los artistas. Giotto consigue la representación del espacio real mediante el tratamiento de las figuras con luces y sombras: el estudio de sus anatomías traducirá expresiones anímicas. Las escenas son tratadas como narraciones donde se crea la ilusión del tema que sucede delante de nosotros; el movimiento, la rotundidad casi monumental de las figuras, sus gestos dramáticos y el tratamiento de la luz presentan la escena como un auténtico montaje escenográfico.

La fama de Giotto se difundirá rápidamente y todos los pintores lo imitarán, lo que da lugar a la llamada escuela florentina. Con él cambia el concepto del artista-artesano anónimo, sólo diferenciado por la pericia y conocimiento de las técnicas tradicionales. Pasa a un primer plano el ingenio inventivo, siendo la fuerza y la novedad de la creación su mayor valor. Estos conceptos darán forma al Renacimiento y serán la base de la historia de los grandes artistas. Sus obras más destacadas son los frescos de la capilla de los Scrovegn i en Padua y los frescos sobre la vida de San Francisco de la iglesia alta de Asís.

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