Un siglo después hallamos ya la voz 'jocularis' designando al histrión, pero tampoco nada sabemos de sus artes."
Indudablemente la función y la técnica de los juglares tienen que haber cambiado a lo largo de los siglos y me atrevería a afirmar que llegan, con nuevas técnicas, hasta nuestros días a través de la gran diversidad de personas que asumen el oficio de divertir, entretener e informar a grandes y chicos: desde el humilde payaso que entretiene los cum-pleaños familiares, hasta los reporteros que nos dan a conocer día a día las últimas noticias, pasando por el cantautor que triunfa en el Festival de Viña del Mar, porque todas esas funciones cumplían los juglares medievales.
Generalmente su nombre aparece unido al Mester de Juglaría como los creadores y difusores de la más primitiva épica hispánica. Sin embargo, también cultivaron la lírica, la sátira entre otros géneros, tal vez el dramático conforme lo sugiere Dámaso Alonso cuando advierte que la lectura del Poema del Cid exige "una constante dramatización": " 'Pregunta y responde por boca de todos'; así tiene que hacerlo, imitando cada voz, cada carácter, el lector del poema, so pena de no ser entendido por su auditorio. No debemos ni un momento olvidar que la recitación juglaresca debía ser una semirrepresentación, y así no me parece exagerado decir que la épica medieval está a medio camino entre ser narrativa y ser dramática. ¡Qué milagros de mímica no tendrían que hacer los juglares para ser entendidos aun en tierras lejanas, como aquel al que unos versos latinos el siglo XII nos le presentan en una ciudad italiana recitando en lengua francesa una canción de gesta carolingia, y sabiendo mantener tensa la atención de su humilde auditorio!"
Para ejemplificar mejor, recordemos la tirada 36 del Poema del Cid en la que se nos hace una descripción casi fílmica, de gran economía lingüística de una batalla:
Veriedes tantas lanzas premer e alzar,
Tanta adágara foradar e pasar,
Tanta loriga falssar e desmanchar,
Tantos pendones blancos salir bermejos en sangre,
Tantos buenos caballos sin sos dueños andar.
Los moros llaman Mafomat e los cristianos santi Yagüe.
Cadien por el campo en un poco de logar
Moros muertos mil e trezientos ya. 2 LOS CLÉRIGOS (LA BIBLIOTECA DEL CONVENTO)
Ya hemos señalado que durante la Edad Media al hombre letrado y de estudios escolásticos, aunque no hubiese recibido orden sacerdotal alguna, se le decía clérigo, vocablo que equivaldría al nombre 'ilustrado' que se empleará en el siglo XVIII, con el objeto de establecer la diferencia con el hombre no cultivado y que no sabía latín. Por extensión se aplicaba al hombre sabio en general, aunque fuese pagano.
En la sociedad medieval, el clérigo era el depositario de la cultura y lo era no sólo en lo que respecta al contenido dogmático y teológico que trasmitía sino, sobre todo, a la forma con que ese contenido se entregaba.
Cuánta conciencia tenía el escritor que traducía el texto culto de su saber tanto erudito como métrico, lo demuestran los creadores del Mester de Clerecía una y otra vez.
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