Gabriel García Márquez: Los funerales de la Mamá Grande
La sátira y la exageración como las armas en la lucha literaria
Los funerales de la Mamá Grande es una obra maestra que combina una multitud de historias sobre un gran número de acontecimientos sociales, políticos y económicos alrededor del mundo. Su mensaje puede aplicarse a un completo espectro de sociedades, épocas y personas sin perder su autenticidad o clarividencia. Esta novela corta se desarrolla en Macondo, un lugar que puede representar todos los ambientes, desde un pueblo, tras un país, hasta todo el mundo. Se trata de un relato de la vida y la muerte de una matrona omnipotente que simboliza el feudalismo, despotismo y absolutismo tradicionales. Su funeral patético suma y subraya su vida que era tanto gloriosa como degenerada. Mediante el personaje principal, la Mamá Grande, el autor ofrece un espejo a todos los virreyes, dictadores y monarcas cuyas imágenes son reflejadas en esta obra en una forma de caricaturas. La historia de la Mamá Grande puede percibirse como un relato sobre una mujer, una aldea, o sobre toda la sociedad.
El narrador tiene un áspero de contar “la verídica historia de la Mamá Grande, soberana absoluta del reino de Macondo” antes de que sea distorsionada por los historiadores y su esfuerzo resulta en una enumeración de exageraciones, sátiras, comentarios sarcásticos y alegorías. La Mamá Grande está presentada como un ser divino, eternamente poderoso, glorificado e idealizado. A pesar de no tener ningún derecho legal a Macondo, ella es la dueña de todo lo material, moral y espiritual en su territorio. Gracias a los papeles falsificados, elecciones manipuladas, pero sobre todo su clase y linaje, todo el pueblo vive en una represión pacífica. En realidad, las posesiones de la Mamá Grande están compuestas por unos cuantos arrendatarios de las tierras infértiles, abandonadas y decaídas. Su grandeza está basada en el pasado y en su constante esfuerzo de ser respetada, obedecida y celebrada, pero su condición real alcanza unos niveles cómicos y grotescos. Sus métodos feudales y atrasados mantienen el pueblo en un estado de estagnación y un subdesarrollo crítico. Macondo en esta obra es un típico país del tercer mundo, explotado por los latifundistas que se enriquecen mientras la gente ordinaria padece de una escasez extrema de recursos, posibilidades y libertades. El pueblo no tiene ni voz, ni identidad y está denominado simplemente la muchedumbre o la plebe, sugiriendo que la gente no tiene ningún valor para las elites y solo importa como una masa productiva que aumenta las ganancias.
La Mamá Grande sigue en la tradición de la oposición general al cambio y progreso, ejemplificada por su abuela que se enfrentó al revolucionario coronel Aureliano Buendía. Sus partidarios más fieles, su sobrino Nicanor y el clérigo Antonio Isabel, representan a los militares y eclesiásticos, la oligarquía todavía poderosa, pero moral y espiritualmente arruinada. Nicanor, siempre llevando un uniforme militar y armado con un revolver, es el administrador de los bienes materiales y negocios de la Mamá Grande. El párroco está encargado de los asuntos espirituales incluyendo el mantenimiento de la santidad aparente de la Mamá Grande. Esta centralización del poder en las manos de una figura despótica apoyada por las fuerzas armadas y la Iglesia evoca los gobiernos militares en América Latina. Similarmente a los dictadores, la Mamá Grande explota, manipula y engaña a su gente, finge la conmoción por las víctimas de los conflictos que ella comienza y apoya, corrompe el sistema jurídico y electoral, permite prácticas atrasadas como el derecho de pernada y nepotismo, y nunca deja de fortificar su posición de hegemonía absoluta. La Mamá Grande mantiene su imperio por noventa y dos años y es un choque para la gente cuando se enteran de la posibilidad de que su dueña sea humana y mortal. Pero es un choque flemático de un pueblo indiferente, desafilado y cansado de las gloriosas celebraciones, extravagancias y pompas que acompañaban todos los pasos de la Mamá Grande. Después del fracaso de las prácticas medievales del médico monopolista de Macondo, la Mamá Grande se prepara estoicamente para la muerte. De repente desciende de su trono imaginario y se convierte en una mujer vieja, pasada de moda, olvidada, y ridícula en su esfuerzo desesperado de mantener su dignidad y gloria de los tiempos pasados. Ahora se hace visible la decadencia de la matrona cuya enumeración de sus posesiones fútiles tarda horas, pero la lista de los bienes morales es limitada a unos cuantos conceptos abstractos. A la muerte de la Mamá Grande, sus sobrinos y sobrinas no se emocionan, sino calculan sus beneficios y ganancias. Parece que Maria del Rosario de Castañeda y Montero era insignificante y lo único que importaba a los demás era la ilusión de esplendor que ella creaba constantemente sobre sí misma. Pero esta utopía empieza a descomponerse junto con el cuerpo de la Mamá Grande después de su muerte, mientras las altas autoridades discuten sobre la forma más adecuada de tributarle el homenaje. Esta situación tragicómica alcanza su punto máximo con la llegada del Sumo Pontífice y el Presidente de la republica junto con las prostitutas, ladrones, mercaderes, lavanderas, reinas de la belleza y otra gente bizarra. A pesar del esfuerzo de las elites de la sociedad de tomar el funeral de la Mamá Grande en toda seriedad, el evento se convierte inevitablemente en una farsa burlesca. Ni siquiera el Presidente de la republica, la Corte Suprema y el Sumo Pontífice pueden seguir con el elaborado espectáculo, porque el personaje principal de esta patética obra teatral está muerto. La gente roba la casa de la Mamá Grande y su propia familia es ansiosa da repartirse todo lo heredado. Los gallinazos que siguen el cortejo funerario simbolizan a los ávidos oportunistas que van a aprovecharse de la falta del poder y de orden en Macondo. La época del absolutismo, tiranía, explotación y disimulación se acaba cuando su símbolo está enterrado. Es un alivio para la gente que ya no hay quien arregle los matrimonios, castigue a los progresistas y manipule a todo el mundo, pero la gente no debería olvidarse de esto ya que la historia tiene una tendencia de repetirse.
En Los funerales de la Mamá Grande Gabriel García Márquez declara sus posturas negativas con respeto a la centralización del poder, absolutismo, autocracia y tiranía, pero no atacando directamente los regimenes y personas concretas, sino mediante alegorías, exageraciones y sátiras. Su empleo de sarcasmo e ironía son evidentemente sus formas de señalar y luchar contra los males políticos, económicos y sociales en el mundo en general y América Latina en particular. Sin amargura o agresividad Márquez consiguió ridiculizar la oligarquía decadente, la Iglesia hipócrita, los funcionarios estatales rígidos y las fuerzas militares corruptas. Los funerales de la Mamá Grande es un retrato afeado de una sociedad atrasada y oprimida, pintado con unos colores excesivamente radiantes. En este caso la ficción es tan extrema y el mito tan exagerado que se convierten en una realidad tristemente ordinaria. Las imágenes caricaturescas causan una risa con un poco de lágrimas porque gracias a su universalidad no hay quien no podría reconocer en ellos su país, su época o a sí mismo.
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