Literatura española medieval
1. INTRODUCCIÓN: Sumas Medievales. La educación medieval se basa en siete ciencias distribuidas en las artes del trivium -gramática, retórica y lógica- y del quadrivium -aritmética, geometría, música y astronomía- con ellas el hombre estudia las palabras y las cosas, a fin de formarse una imagen globalizada del universo. Se cultiva el espíritu de curiosidad, de observación, de investigación. Hay tal sed de conocimientos que Honorio de Austum, la resumirá en la conmovedora fórmula: "El destierro del hombre es la ignorancia; su patria, la ciencia" (Le Goff: 1971, p.64).
Alberto Magno (1206-1280) y Tomás de Aquino (1224-1274) reúnen sus conocimientos en sendas Sumas, sistematización consciente y metódica del saber. Es la refundición unitaria de la multiplicidad que reúne teología, doctrina, reglas de conducta. Tendencia a la universalidad y a la totalidad, voluntad de abarcar el Mundo en su verdad esencial y de presentarlo en una forma adecuada son características de la cultura medieval, evidentes en la presentación de su religión, de su filosofía, de su arte, en una palabra de todas las manifestaciones humanas. "Todo se ve bajo el ángulo de lo universal, de lo infinito y de Dios, de modo que todo objeto de percepción o toda obra humana aparece entonces como el reflejo del cosmos (...) el conocimiento está inmediatamente integrado dentro de un conjunto jerarquizado que va desde Dios hasta los hombres, pasando por los ángeles, y esto es visible tanto en la catedral como en la Suma y en la Divina Comedia, que no es sino una Suma poética" (Cohen: 1965, pp. 115-116), como también lo es el Libro de Buen Amor.
Reiteramos las Sumas medievales constituyen una elaborada síntesis que debía contener todo el saber "no sólo de cada especialidad en particular, sino al menos de todas las ciencias del espíritu y de la dialéctica" (Dempf: 1958, p. 88). No se trata sólo de "un libro de doctrina, sino una esfera de existencia amplia, profunda y ordenada, de suerte que el espíritu se encuentra allí como en su hogar, ejerce una disciplina y se siente protegido" (Guardini: 1958, p. 30). Así también, la concepción que reflejan las catedrales es una forma de humanismo. "No sólo porque se sirve de la cultura antigua para la edificación de su doctrina (...) sino porque coloca al hombre en el corazón de la ciencia, de la filosofía (...)" (Le Goff: 1971, p 70) y, en alguna medida, reflejan el cielo en la tierra como un modo de hacer presente que el hombre es el centro del quehacer divino y no un mero accidente casual. El espíritu y el cuerpo humano -se piensa- están en consonancia con la creación toda y para que esta verdad jamás fuera olvidada, se autorizaron las imágenes en los templos porque servían de adorno "y permitían mantener despierto el recuerdo de los acontecimientos sagrados y de los hombres santos...", es decir, al arte se le asigna una función ilustradora y decorativa; la pintura desempeñaba un papel narrativo que emprendió nuevos caminos en la época carolingia (Weisbach: 1949, p. 8). Recordemos las representaciones medioevales a modo de círculos concéntricos, cada uno de ellos habitado por un ángel o por un espíritu. En algunas el centro está ocupado por la tierra y en torno a ella giran las esferas que contienen a los astros, conforme lo describe y representa el propio Alfonso X en la ley 35 (Alfonso el Sabio: 1945, p. 57). A esta concepción del cosmos corresponden en Arquitectura las Catedrales que pretenden reproducir el ordo mundi centrado en el hombre. Esta enciclopédica construcción del mundo, ofrecía un refugio al hombre comprometido en la búsqueda de la verdad a la vez que constituía un orden seguro para la razón.
2. LENGUAJE SIMBÓLICO. Y justamente, porque la mentalidad medieval se mueve en esta interpretación totalizadora, se expresa en un lenguaje analógico, a través del cual se manifiesta una perfecta correlación entre el macrocosmos -que es la creación toda- y el microcosmos -que es cada hombre en particular. A través de la forma natural creada por Dios, el hombre puede y debe descubrir la trascendencia divina. Y sucede entonces que "El hombre medieval ve símbolos en todas partes. Para él la existencia no está hecha de elementos, energías y leyes, sino de formas. Las formas tienen una significación propia pero más allá de ellas mismas, designan algo diferente, algo más elevado y, en última instancia, lo elevado en sí. Dios y las cosas eternas. Así cada forma se convierte en un símbolo, apunta hacia aquello que la trasciende" (Guardini: 1952, p. 29). Según Dante, "los escritos se pueden entender y se deben exponer principalmente en cuatro sentidos. Llámese el primero literal y es este aquel que no avanza más allá de la letra de las palabras, convencionales (...) el segundo se llama alegórico y este es el que se esconde bajo el manto de esas fábulas y consiste en una verdad oculta bajo un bello engaño (...) El tercer sentido se llama moral y este es el que los lectores deben atentamente descubrir en los escritos, para utilidad suya y de sus discípulos (...) El cuarto sentido se llama anagógico, es decir, sentido superior y se tiene cuando se expone espiritualmente un escrito el cual (...) significa realidades sublimes de la gloria eterna".. (Dante:1965, p. 588).
Se nos aclara, a la luz de esta concepción el porqué, tras describir un prado, Berceo añade una observación que para el lector actual resulta difícil de entender:
Sennores e amigos, lo que dicho avemos, palabra es oscura, exponerla queremos: tolgamos la corteza al meollo entremos prendamos lo de dentro, lo de fuera dessemos (Berceo: 1952, 16, p. 5),
y a continuación nos entrega el verdadero sentido de la descripción. ¿Acaso no es esta la tesis sustentada por el Arcipreste a través de todo el Libro? Consecuente con el principio que exige que el hombre descubra los valores y los bienes tal cual los encuentra realizados en la naturaleza, porque "tanto el Universo como la Escritura están llenos de formas atractivas cuya belleza es el signo de una Belleza invisible y perfecta que los hizo para elevarnos a ella: estas formas son los símbolos" (De Bruyne: 1946, p. 360), el Arcipreste observa y analiza su entorno. Lo lee y nos enseña a leer el mensaje cifrado. La sabiduría del hombre se manifiesta en esta capacidad de entender ese mensaje que encierra la creación toda y es poeta en la medida en que encuentre una forma bella para encantar al oyente y llevar a su memoria ese Bien y Belleza primera.
3. ORDO MUNDI. Para la cosmovisión medieval es verdad fundamental que la humanidad, creada en Adán por Dios, cayó con éste y se destruyó el orden divino, que era armonía, equilibrio de amor; descentrado ese orden, la naturaleza humana se hizo proclive al pecado. La redención de Cristo, Hombre y Dios, habría restablecido el orden primero, pero es cada hombre responsable de volver a restablecer en sí y en su medio el equilibrio primigenio de la creación: "Dios tuvo a bien hacer residir en él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos" (Col., 15-20). Es en este contexto ideológico en donde debemos considerar la tan controvertida unidad del Libro de Buen Amor, en cuanto cosmovisión en la que se reconstruye el mundo como un todo centrado en el hombre polarizado entre un cuerpo que obedece el orden natural, instaurado en Adán y un espíritu imbricado en el orden sobrenatural, redimido en Cristo. Dios da a cada hombre entendimiento, voluntad y memoria para que asuma y se responsabilice de su actuar en el mundo, según dice Juan Ruiz en su Prólogo en prosa (Juan Ruiz: 1967, pp. 73-79). El hombre en su lucha por lograr su plenitud humana, entiéndase salvación, es el centro de esta reconstrucción de mundo que es el Libro de Buen Amor. En torno a él gira la vida en todas sus múltiples manifestaciones como un variado caleidoscopio que a cada giro combina de un modo diverso las piezas que lo componen, pero el sentido último de la vida debe encontrarlo el hombre, no el hombre genérico, arquetípico, sino cada hombre concreto, caído en Adán y redimido en Cristo. Para ello debe usar con sabiduría los dones que le entregó Dios al alma. El intelecto permite discernir y elegir entre el bien y el mal, porque puede y debe trascender la apariencia múltiple, para escoger y perseverar en el buen amor que es de Dios y hacer buenas obras que lo salven. Cuenta también con una ayuda humana: "los libros de la ley del derecho e de castigos e costumbres, e de otras ciencias" y las pinturas e imágenes. Todos ellos hechos para recordar al hombre el bien.
4. INTENCIONALIDAD DEL LIBRO DE BUEN AMOR. Así el Arcipreste para cumplir con su misión doctrinal escribe este Libro: "Onde yo, de muy poquilla ciencia e de mucha e grand rudeza, entendiendo quántos bienes faze perder al alma e al cuerpo, e los males muchos que los apareja e trae el amor loco del pecado del mundo, escogiendo e amando con buena voluntat salvación e gloria del paraíso para mi ánima, fiz esta chica escritura en memoria de bien" (Juan Ruiz, op. cit., p. 77).
La intencionalidad del autor está claramente expuesta. Quiere enseñar un camino de salvación dentro de la tradición cristiana. En este sentido, el Libro de Buen Amor es una Suma que expone sintéticamente una doctrina al alcance del pueblo, a la vez que critica usos y costumbres, dando muestras de profundo saber trovadoresco. La narración, en cuaderna vía, se centra en el hacer del narrador y desde este punto empieza la constante dualidad en la obra, por cuanto debemos distinguir un narrador que se autodenomina Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, pero que se diferencia lingüísticamente del autor, del hombre concreto, histórico que se llamó Juan Ruiz y desempeñó el cargo de Arcipreste de Hita. Este hombre entrega su mensaje ejemplarizador en un lenguaje no mimético como el que encontramos en el Prólogo en prosa: extraordinaria muestra del discurso doctrinal del medioevo caracterizado por períodos bien redondeados, extensos, unidos por conjunciones, con extensas citas en latín extraídas de la Biblia o de documentos oficiales de la Iglesia; y otro centáurico que se pone como ejemplo de lo que no se debe hacer, el exemplum vitandum, de alegre y juguetón decir moralizante y equívoco, nos habla de aquello que "por todo el mundo se usa e se faz" (14d). Especialmente de aventuras amorosas.
¿Debemos suponer que las aventuras amorosas narradas en el Libro de Buen Amor le han sucedido al Arcipreste? En realidad el narrador aparece como un prototipo masculino al que se le atribuyen hechos concretos, cotidianos que se narran para darnos una lección. La forma adoptada para la narración es la ficción autobiográfica. No olvidemos que hay un simbolismo en esa forma que debemos tener siempre presente: ese yo narrador es cualquier hombre, cualquiera de estos seres humanos que constituimos el auditorio de la narración. Tal como nos lo había dicho Gonzalo de Berceo cuando primero se presenta: "Yo maestro Gonzalo de Berceo nomnado" (Berceo, Milagros 2a.) y luego expone el verdadero significado Yo equivale a:
Todos quantos vevimos que en pie andamos, si quiere en preson, o en lecho iagamos. Todos somos romeos que camino andamos (Ibídem 17 a,b,c).
5. ESTRUCTURA DEL LIBRO. Juan Ruiz al emplear la primera persona, quiere mostrar a todo hombre y su hacer. Es natural, en consecuencia, que en el plan general de la obra, de acuerdo con las retóricas más tradicionales, siga el orden natural de la vida del cuerpo y empiece con composiciones introductorias, para luego, mediante un ejemplo, hablarnos del nacimiento, determinado por las estrellas, para concluir con la muerte, destino común de los hombres.
Diverso es el hacer del hombre y diversas las múltiples aventuras que se narran con desenfadada fruición. Sistemáticamente se manifiesta la dualidad característica del Libro; junto a las aventuras jocosas intercala, como un leit motiv, la corrección moral, el sermón. Se nace materialmente determinado por las estrellas con un sino contra el cual pareciera que el hombre no puede luchar, porque se constituye en su propia naturaleza. Lo demuestra la propia experiencia del narrador: nació bajo el signo de Venus (153a) y su destino es amar (77, 922). En el ejercicio del amor y en la elección del objeto amado, se muestran las facultades del alma. Así se introduce la enseñanza moral y con el Libro se conjugan el solaz que hace reír y la reflexión moral que revelará el compromiso personal de cada hombre. Disociadas en la obra, vida del cuerpo y vida del alma tienen sendos tiempos: el lapso de la vida terrena -del nacimiento a la muerte- y el ciclo litúrgico, a imagen de los ciclos solar y lunar; sendos espacios: el exterior con sus tentaciones y acaeceres, con un tiempo que transcurre y nos cambia, y el interior, con la reflexión, con la voz de la gracia (44) y sendas formas poéticas: la profana, popular, cazurra, de burlas: Cruz Cruzada, panadera, las Cantigas de serrana, Don Pitas Payas, etc.; o la culta y pagana Pelea con don Amor al modo del Arte de Amar de Ovidio; y la religiosa de loor, alabanza a Dios y a la Virgen (II C), Gozos, Dictado a Santa María del Vado, o la doctrina que muestra el Bien a modo de sermón: consejo a las dueñas, armas con que se debe armar el cristiano (1579-1605), o la alegórica Pelea de don Carnal con la Quaresma y la llegada de don Carnal y don Amor (1067-1314), o la sátira como un modo de corregir las costumbres: las oras que rezan garzones golfines con don Amor o la Cantiga a los clérigos de Talavera.
6. TIEMPO LINEAL. En el lapso de la vida terrena el hombre debe ejercitar sus facultades. Intelecto, iluminado por Dios para conocer el bien y el mal, voluntad para escoger y perseverar en el camino elegido y memoria para recordar otras experiencias, propias o ajenas. Así el Arcipreste ejemplifica con su propia experiencia. Su naturaleza material, proclive a servir a las mujeres, lo inclina a escoger una dama. Del ejercicio del amor nace el dolor, su experiencia se expresa en cantigas de verdadera salva, rechazadas por la dama (104) y en reflexiones sobre la condición humana (1059); la segunda elección, en cambio, resulta errada, eligió otra non santa más...sandía (112c), y tras el desengaño sólo le resta reírse de sí mismo: ca deviem'dezir necio e mas que bestia burra, si de tan grand escarnio yo non trobasse burla (114cd),
y sintetiza humorísticamente la experiencia en un perfecto zéjel octosílabo.
La experiencia demuestra que el amor siempre fabla mintroso (161c) y que hacer trovas y cantares es sembrar avena loca ribera de Henares (170). El engaño que produce esta experiencia negativa le hace a las vegadas con el amor pelear (180c). Es entonces cuando el Amor viene al Arcipreste y lo adoctrina sobre el arte de amar (181-574). Este don Amor que viene al Arcipreste en esta ocasión es el amor pagano, el Eros, no es el buen amor, el honesto. Sin embargo este amor pagano aparece valorado por cuanto exige del amante una actitud moral: no se trata simplemente de satisfacer los apetitos carnales, se trata de educar el instinto, de saber, ingeniosamente conquistar a la dama, y sobre todo, se trata de aprender mesura (425, 528, 550). Los consejos recibidos se aplican en la historia de doña Endrina, que se transforma en el centro nuclear del relato en torno a la vida terrena, material del hombre. El narrador reitera su objetivo doctrinal: desea advertir a las jóvenes inexpertas acerca de los peligros que las podrían acechar.
entiende bien la estoria de la fija del endrino; dixela por dar ensiemplo, mas non porque a mi avino: guárdate de la falsa vieja e riso de mal vezino: sola con omne no t'fies nin te llegues al espino (909).
Parte de la vida ha transcurrido en este aprendizaje. La salud del narrador se resiente (944) -vanidad y fugacidad de la vida, preludiada en la copla 105- evidencia al hombre que su tiempo terreno es limitado -se empieza a vislumbrar la muerte; restablecido de su mal, decide viajar a la sierra (950).
Cinco encuentros femeninos; otras tantas cantigas de serrana. Variantes métricas de temas populares, pero también innovaciones en los motivos. La última serrana ya no es una mujer concreta de carne y hueso; es la Dama por excelencia, el arquetipo femenino; Santa María del Vado (1044). A ella se consagra el narrador dando prueba de su amor:
A ti, noble Señora, madre de piedat, luz luciente del mundo del cielo claridad, mi alma e mi cuerpo ante tu majestat ofrezco con cantigas e con gran omildat (1045).
7. TIEMPO CÍCLICO. El hombre ha encontrado a la Dama a quien servir y en Cristo, su Hijo el modelo a quien imitar. Aquí se manifiesta el hombre espiritual que conoce y desea cumplir la ley: Desque la ley avemos de Cristos a guardar, de su muerte debemos dolernos e acordar (1059).
Se preludia así el tiempo circular y eterno que abre otra concepción temporal: el de la redención que se recuerda en el cíclico acaecer de la liturgia y de la naturaleza. La reiteración del sacrificio solar le recuerda al hombre su destino divino. En el poema alegórico "Pelea de don Carnal con la Quaresma" (1067-1314) se introduce el motivo cultural y ritual: Cuaresma, época de ayuno y penitencia, prepara al hombre para la gran Pascua Mayor. El domingo de resurrección de madrugada salen a recibir a dos emperadores que se manifiestan en todo su esplendor: don Carnal (1210-1224) y don Amor (1225-1265) que no es el mismo que anteriormente aconsejara al Arcipreste, representa el espíritu, más aún, pareciera ser Cristo resucitado, Señor terrenal.
Día era muy santo de la pasqua mayor, el sol muy claro e de noble color; los omnes e las aves e toda noble flor, todos van recebir, cantando al Amor (1225).
Frente a la magnificencia con que se exalta la llegada de Don Amor, se pierde llegada de don Carnal. El modo de narrar, el estilo subrayan la diferencia entre ambos. Monjes, clérigos, caballeros, religiosas de diferentes órdenes luchan entre sí para ofrecer alojamiento al Señor. A todos los rechaza y ordena plantar su tienda en un prado:
La obra de la tienda vos querría contar: avérsevos ha un poco a tardar la yantar; es una grand estoria pero no es de dexar: muchos dexan la cena por fermoso cantar (1266).
Lata descripción al uso medieval de las maravillas de esta tienda en cuyas paredes laterales están pintados caballeros a la mesa. Pide el Arcipreste al Amor que le explique la razón por do yo entendiesse que era o que non (1298). Don Amor se lo explica en una copla:
El tablero, la tabla, la danza, la carrera, son quatro temporadas del año del espera; los omnes son los meses, cosa es verdadera: andan e non se alcanzan, atiéndense en ribera" (1300).
Hemos llegado a la plenitud de la narración. Síntesis literaria y síntesis vital. Don Carnal y don Amor, materia y espíritu. No se niega al uno en desmedro del otro, ambos son importantes y deben ser integrados en un orden. Al modo de un Libro de Horas se presenta el hacer cotidiano en la Tienda de don Amor: son las temporadas del año de la espera. ¿Y qué es la vida del hombre sino año de espera?
El tiempo no pasa en vano y la experiencia que alguna vez se vivió, fácilmente se olvida y el hombre reincide en viejas costumbres que significan nuevos fracasos que culminan con la muerte de la alcahueta (1578-1578). Un planto, una elegía en la que se expresa dolor por la muerte y alegría por la redención cristianas, unidas a las reflexiones sobre el sentido último de la vida. La muerte ha sido vencida por Cristo y aún el más pecador puede acogerse a su misericordia y así impetra salvación para la Trotaconventos.
a Dios mercet le pido que te dé la su gloria, que más leal trotera nunca fue en memoria (1571ab) (...) daré por ti limosna e faré oración, misas faré cantar e daré oblación. La mi Trotaconventos, ¡Dios te dé redención!; ¡el que salvó el mundo te dé su salvación! (1572).
El cristiano, como un caballero, vive en constante lucha contra tres enemigos: el diablo, el mundo y la carne (1579-1605): debe prepararse para el combate: armarse con obras de misericordia (1585a), con los dones del Espíritu Santo, las obras de piedad y los siete sacramentos, y las virtudes: Contra los tres principales, que no s'yunten de consuno: al mundo, con caridad; a la carne con ayuno; con corazon al diablo: todos tres irán deyuso; (1603 abc).
Pese a haber comprendido y aceptado el sentido último de la vida, Juan Ruiz, en cuanto narrador, persiste en su "servir" a las damas, en admirarlas y cantarlas: tras alabar a las mujeres chicas (1606-1617) busca a alguien que reemplace a la tercera y cree encontrarlo en un mozo, don Furón (1618-1625). Ya todo se precipita a su fin. Insiste en la finalidad didáctica de su Libro (1626-1634); conforme al tópico del mester de clerecía, solicita oraciones por su propia salvación:
Señores, hevos servido con poca sabidoría: por vos dar solaz a todos fablevos en juglería; yo un galardón vos pido; que por Dios en romería, digades un paternoster por mí e avemaría (1633).
Plena conciencia artística al servicio de sus oyentes. Ha preferido sacrificar sus conocimientos teóricos en aras de una forma adecuada que alegre a sus oyentes, y a través de ese solaz, adoctrinarlos. Así se compone este Libro de Buen Amor que de santidad es gran licionario, a la vez que es chico breviario de juegos y burlas (1632). Como apéndice figuran composiciones diversas que muestran un disociar y fragmentar la realidad contingente, y completa el extraordinario muestrario de formas poéticas medievales con cantigas diversas de ciegos, escolares, entre otras.
8. EL BUEN AMOR. El Buen Amor es el tema único del Libro. Tema central que se desarrolla paulatinamente; desde la intencionalidad que configura el título, se plantea un problema filosófico, ético, literario plenamente vigente en su época, y desde mucho antes. Alcuino (muerto en el año 804), organizador del régimen escolar carolingio, en la base del humanismo pone el "amor desinteresado y la prosecución de bienes absolutos. Es fácil amar las formas bellas, los dulces perfumes, los suaves sonidos, las caricias agradables, a pesar de que pasan como sombra. ¿Y cómo será difícil amar a Dios que es la belleza, la dulzura, la suavidad, el perfume, la alegría y la felicidad para siempre?
El amor de este mundo es más penoso que el amor de Cristo, puesto que el alma no encuentra en él la felicidad eterna que busca, porque toda belleza terrestre es pasajera (...) Que ame con orden pues: que prefiera lo más alto, es decir, a Dios y que desprecie lo bajo, es decir, la materia. En esta página significativa Alcuino admite, pues, sin definirla y por simple enumeración de ejemplos, una sensibilidad estética asociada al amor del Bien, al instinto de felicidad y al ansia del Bien...El deber, y la felicidad, la belleza y la bondad del alma consiste en amar esta Belleza total en el orden, dando siempre primacía a la Belleza divina y apreciando la belleza sensible en la medida en que se integra en la Belleza de Dios y rechazándola en cuanto, por un acto que parte de nosotros y no del orden natural, arruina el equilibrio normal de las tendencias." (De Bruyne: 1946, p. 209).
El amor y la educación en el buen amor no es problema únicamente del siglo XX. Lo ha sido desde la Edad Media, en cuanto será el motor que contribuya poderosamente al proceso de individuación y evolución del hombre hacia su propio señorío. Para conquistar su plenitud el hombre debe conocerse y conocer a los otros. El Libro es un buen instrumento para ello y en él se nos ofrece un espejo del hacer humano. Coherentemente con la concepción del mundo y del hombre, la estructura general de la obra nos entrega una visión polarizada del hacer: la dama y la villana, el espíritu y la materia, el buen amor y el mal amor, Dios y el demonio son formas de expresar la dualidad que debemos superar y que es propia del mundo material, que se ve limitado por las coordenadas témporoespaciales.
9. LA ELECCIÓN. El hombre, condicionado por su naturaleza carnal, manifiesta dos motivaciones esenciales: el aver mantenencia y el aver juntamiento con fembra plazentera (71): hombres, aves, animales, todas las criaturas manifiestan estas tendencias, siguiendo un orden natural, pero el omne de mal seso, tod ora sin mesura/cada que puede quien fazer esta locura (74 cd). Es el modo material, carnal de concebir la vida y de esta condicionalidad no se escapa el narrador: sólo asumiéndolo y viviendo su experiencia puede aprender el bien y el mal para elegir lo mejor:
E yo porque so omne, como otro pecador, ove de las mujeres a vezes grande amor; provar omne las cosas non es por end peor, e saber bien e mal, e usar lo mejor (76).
Esta elección vital en la que se muestra el buen o mal seso del hombre es, en parte una gracia de Dios y en parte un ejercicio de las facultades propias del alma: entendimiento, voluntad y memoria.
10. CONCLUSIÓN. Observemos cómo esta "reconstrucción de mundo" que es el Libro de Buen Amor, nos recuerda las representaciones plásticas a que nos referíamos al comenzar, a modo de círculos concéntricos. En el centro está el alma del hombre; en torno a ella giran tratando de atraerlo a su materialidad su propia carne con sus flaquezas y sus inclinaciones innatas, de algún modo predeterminadas por el nacimiento; el mundo con sus halagos, sus mentiras y sus engaños, y el demonio que acecha y tienta aprovechando a los dos anteriores. Por otra parte, tratando de elevarlo a una mayor espiritualidad se encuentran las artes y los libros -entre ellos la obra de Juan Ruiz-; las enseñanzas de los Padres y filósofos antiguos: Catón, (44 a), Aristóteles (166), Ovidio, los profetas, en general, los autores bíblicos; los Santos con sus oraciones y sobre todo la Virgen y Dios mismo.
Nos parece que el Libro de Buen Amor se compone de acuerdo con los principios estéticos medievales: "El arte de la poesía, es decir, el poeta, compone fábulas imaginadas y comparaciones alegóricas para instruir el espíritu en las verdades morales o científicas -esto es lo propio de los poetas épicos que bajo figuras celebran la altas gestas y las costumbres de los héroes. Así la ciencia divina, es decir, el hombre de Dios, adapta a la manera de un poema, la Sagrada Escritura al espíritu del hombre interior todavía infantil, y por imágenes y ficciones le conduce al conocimiento perfecto de la edad adulta" (De Bruyne, p. 360). Palabras de Escoto Erígena que a nuestro parecer sintetizan el sentido creador de Juan Ruiz.
|